Si muchas veces es difícil planear algo a más de un año vista, resulta cuando menos abrumador sentarse frente a una persona que acaba de cumplir un siglo de vida. Y que además tiene cuerda para rato.
Una fecha, la de su 100º cumpleaños, en la que el centenario Vicente, vecino de San Millao, una aldea de Cualedro, estuvo muy bien acompañado: “Veu o alcalde (el popular Luciano Rivero), un concelleiro, a asistente social, encheuse isto de xente”, recuerda con cariño.
Pese a sus cien años y a los achaques propios de la edad, Vicente se muestra alegre y sonriente. Se expresa sin dificultad, aunque ya no oye demasiado bien. Como es comprensible, tampoco se mueve demasiado. Pero basta con un poco de paciencia para que nos consiga escuchar.
A Vicente todo el mundo lo conoce con el sobrenombre “Francia”, una herencia familiar que lo acompaña desde hace varias generaciones. Tantas, que desconoce dónde ni cuándo surgió. “Coido que alguén da familia emigraría alí, pero nós xa éramos os ‘Francia’ dende que era eu ben pequeno”, afirma.
Él, por su parte, no emigró. Vicente siempre vivió en esta aldea con las dos mujeres de su vida, ambas ya fallecidas: su esposa, con la que tuvo a toda su descendencia, y una portuguesa de Valpaços, a la que tanto él como su hijo Sergio, con el que convive, “botan moito de menos”. Solo se fue una temporada a Alemania, ya “mayor”, a probar suerte, pero aquello no le convenció: “Non entendía nada”.
De San Millao solo salió cuando el trabajo le obligaba. Vicente me trata de explicar que él estuvo “traballando no da luz”, y Sergio me traduce que es como se refiere a la antigua Unión Fenosa, con la que recorrió buena parte de España instalando postes eléctricos.
Por lo que se ve, el tema de los motes que pasan de padres a hijos debe ser algo común en esta zona. La mañana entre semana en que visito a Vicente, aprovecho la hora en la que viene a su casa “Xea”, que es como conocen por aquí a María del Carmen.
Ella es la empleada de ayuda en el hogar que viene dos horas cada día para poner en orden la vivienda, atender a Vicente y hacerle la comida a él y a Sergio. Pero también es mucho más: “Temos moita sorte de que veña canda nós”, repiten casi al unísono padre e hijo, refiriéndose a esta mujer, pedánea de A Xironda y muy querida entre los vecinos.
El mayor de los “Francia” no se para quieto hasta que Xea nos saca una bandeja de chorizos y pan del día, para que compartamos antes del almuerzo. La única manera de conseguir que la conversación avance es comiendo y aceptando el vino que me ofrece, y que él también bebe. Entiendo que, llegado a los cien años, no hay médico que pueda quitárselo de la dieta.
De hecho, Xea me confiesa que Vicente, que está como una moto, apenas toma una “pastilla de aspirina infantil ao día, por tomar algo”. Desconozco cuál es el secreto de la longevidad del mayor de los “Francia”. Pero si hay algo que me queda claro al marchar, es que sonreír no puede hacer daño.