Opinión

Plan Ruanda, Plan Madagascar

La ley que acaba de aprobar el parlamento británico, a instancias de los conservadores, es una barbaridad desde el punto de vista del respeto más elemental a los Derechos Humanos. El populismo nacionalista lleva años tratando de abrirse paso en el histórico partido “tory”, alejándolo así de cuanto representaron sus figuras más insignes, de Benjamin Disraeli a Margaret Thatcher, pasando por Winston Churchill. El primer ministro Rishi Sunak, él mismo de ascendencia extranjera, acaba de convertirse en el máximo exponente de las ideas xenófobas en Gran Bretaña, y en el primer gobernante británico que va a poner en marcha una vasta maquinaria de deportación, no de delincuentes, ni siquiera de simples inmigrantes ilegales llegados desesperadamente en busca de un futuro más libre y más próspero, sino de solicitantes de asilo y refugio, nada menos. Es imposible no ver racismo en esta decisión, porque al mismo tiempo Gran Bretaña se ha caracterizado por una ejemplar defensa de Ucrania ante la salvaje y destructiva invasión rusa, y en el correspondiente apoyo a los refugiados que huyen de la guerra de Putin. ¿Por qué a los refugiados de Ucrania se les ayuda y a los demás refugiados se les deporta? Apoyar a ambos es lo decente, no apoyar a ninguno es deplorable pero puede comprenderse, ahora bien, apoyar “selectivamente” (sí a los rubios eslavos, no a los morenos de otras latitudes) es de una bajeza insoportable que tira por la alcantarilla el modélico historial humanitario de la Gran Bretaña reciente. Qué vergüenza.

Al analizar fríamente el “plan Ruanda” de los conservadores británicos, es imposible que no se abra paso en la mente de cualquier observador otro plan “africano”, el que presentó Adolf Eichmann en agosto de 1940. La Alemania nacional-socialista pretendía tomar Madagascar, establecer allí un férreo Estado policial, por no hablar de un inmenso campo de concentración, y confinar en la isla a los judíos europeos, a razón de un millón al año. Esa era la versión moderada o benévola del antisemitismo nazi. La dura, que dos años más tarde se impuso, consistió en construir campos de exterminio y “procesar” a los judíos con el eficaz gas Zyklon B provocando un holocausto de seis millones de personas. No es comparable ni el objetivo final ni la magnitud de la catástrofe, pero sí lo es la perspectiva adoptada en ambos casos respecto a la existencia de una población distinta y mal vista. Por ello la decisión británica, que ha sido objeto de la más dura condena por parte de todos los organismos internacionales imaginables, merece la más escandalizada reprobación. El plan Ruanda de estos bárbaros hiper-conservadores consiste en “externalizar” a un pequeño y débil país del Tercer Mundo los casos de solicitud de protección internacional (asilo y refugio), y llevar allí a los ciudadanos contra su voluntad, en violación flagrante y directa de sus derechos individuales más básicos. De esta forma, Londres se lava las manos respecto a su responsabilidad sobre la vida, la salud, la integridad física y mental y la correcta resolución de las peticiones de asilo y refugio. Obviamente, una vez deportados a Ruanda, estos solicitantes, procedentes de los más diversos países, tendrán que amoldarse a vivir en ese país, que no destaca precisamente por su historial humanitario. Hay que recordar que hace apenas unos días se conmemoró el aniversario del segundo mayor genocidio en la historia contemporánea humana, y fue precisamente el cometido por la mayoría hutu contra la minoría tutsi en Ruanda. ¿Cuál va a ser la suerte de los solicitantes en ese país? ¿Cuáles sus condiciones de vida y su nivel de libertades personales? Londres no está mandando a los solicitantes de asilo y refugio a un país equivalente a la propia Gran Bretaña, sino a uno mucho peor desde todos los puntos de vista imaginables. Lo que ha hecho Gran Bretaña es pagar a un Estado pobre y alejado para que reciba a miles de personas, más o menos como se paga a otros países para recibir residuos tóxicos. Es tan repugnante que, viniendo de Gran Bretaña, mueve al asombro incluso antes de provocar una más que justificada indignación.

Pero lo que acaba de aprobar el Parlamento británico puede ocurrir mañana en cualquiera de los europeos, incluido el nuestro, porque el problema de fondo es el auge del nacional-populismo. Vamos a tener muy pronto, el 9 de junio, una muestra de hasta dónde llega ese auge, cuando se celebren las elecciones a la eurocámara, pero en cualquier caso parece claro que nuestro continente se está deslizando una vez más, de forma muy peligrosa, hacia la política “ultra” que impone un mito etnonacional, cultural y hasta religioso. Con ese mito vienen el moralismo, el racismo soterrado y, para forzar su implantación, un Estado aún más represivo e intervencionista en materia de identidad y valores. Un Estado intolerante y antiliberal que cultiva el mismo populismo que lo engorda. Ayer fueron los judíos, hoy tocan los refugiados, pero el resultado siempre es un odioso plan Madagascar. O Ruanda.

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