Nunca estuvo tan bien traído el refrán “Por un perro que maté, mataperros me llamaron”, como en el caso de la gobernadora de Dakota del Sur, Kristi Noem, que sonaba a lo lejos como candidata a la vicepresidencia en el ticket con Donald Trump y que ahora tiene muy menguadas sus posibilidades después de que ella misma reconociera que había matado a su perro de un disparo. Tras contarlo ella misma, luego ha dado distinta versiones sobre la causas que le llevaron a hacerlo, que si no podía entrenarlo para caza faisanes, que se había vuelto agresivo y mordía, que ese había convertido en un peligro para sus hijos.
Que la gobernadora ha arruinado su carrera política se debe a dos motivo; el primero a su crueldad, porque podría haber llevado al perro a un veterinario para que tuviera una muerte dulce; y en segundo lugar, porque los estadounidenses soportan mal las mentiras de sus gobernantes, que a más de uno le ha costado sus expectativas, salvo que se sea Donald Trump.