Opinión

El fraude

Vivimos instalados en el sentimiento de que nos han defraudado. En los últimos tiempos parece que la lista la encabezan los políticos y nosotros, los periodistas. Ya se sabe que necesitamos concreción. Pero, en realidad, lo que tenemos es la sensación de que es el mundo o la vida los que se empeñan “en frustrar la confianza o la esperanza que pusimos en alguien o en algo”, como define la RAE al acto de defraudar. En muchos casos hay sobradas razones para sentirnos así, en otros nos dejamos arrastrar por corrientes turbulentas, aunque nosotros estemos en la orilla. 

El otro o la otra se ha equivocado, tiene la culpa y tomamos las medidas que consideramos más oportunas

Esa sensación de que los demás nos defraudan hemos aprendido a asumirla. Incluso cuando son amistades, familia o personas a las que, por alguna razón, admirábamos o queríamos. Es doloroso pero, en cierta manera, sencillo. El otro o la otra se ha equivocado, tiene la culpa y tomamos las medidas que consideramos más oportunas. A veces mantenemos la impostura y otras los borramos de nuestra vida. Probablemente la mayoría de las veces tengamos toda la razón, otras quizás se hubiesen resuelto de mejor manera si hubiésemos hablado. Entendiendo hablar como comunicarse. Es decir, con una escucha activa. Algo que cada vez practicamos menos y que resolvería muchos conflictos. 

¿Pero qué sucede cuando nos defraudamos a nosotros mismos? No podemos dejar de hablarnos o hacer como si no existiéramos. Ahí se complica. Es cierto que hay fraudes que podemos asumir sin que la conciencia se resienta en exceso. Tal vez aquella vez que deberíamos haber dicho que no a una tarea que no era justa o esa otra cuando no salimos en defensa de algo o alguien que lo necesitaba. 

 ¿Cómo nos enfrentamos a nosotros mismos cuando sabemos que hemos contribuido, por acción o silencio, a crear algo que destruye a los demás?

¿Pero qué pasa cuando somos conscientes de que hemos sido un gran fraude que ha perjudicado a otros? ¿Cómo nos enfrentamos a nosotros mismos cuando sabemos que hemos contribuido, por acción o silencio, a crear algo que destruye a los demás? No sé la respuesta. Me gustaría pensar que nos asomamos al espejo en la noche y tomamos la determinación de intentar reparar el daño causado, nos cueste lo que nos cueste. Me gustaría creer que tomamos conciencia de que ese no era el camino y que debemos cambiar el rumbo. Pero probablemente eso suceda pocas veces. Quizás la mayoría de ellas decidamos perdonarnos y excusarnos en que lo hicimos porque era una orden o porque creíamos que era lo menos malo. Aunque en el fondo tengamos claro que nos mentimos. 

Esas manos y mentes que se justifican ejerciendo la violencia, física o verbal, y no dudan en masacrar y exterminar a los otros, ojalá tuvieran que convivir siempre con las miradas de sus víctimas. Ojalá cada vez que necesiten un abrazo lo que reciban sea la imagen del gran fraude de humanidad que son. 

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