Opinión

La carta

Pasará a la historia. Con ella Pedro Sánchez ha dado un puñetazo sobre la mesa descomponiendo las figuras en el tablero del ajedrez político. Insólito pero necesario. Durante los largos años vividos en los aledaños del ejercicio de la política he conocido muchos personajes agobiados por el acoso de los contrarios y he convivido con algunos que decidieron tirar la toalla después de preguntarse: ¿Merece la pena todo esto? Desde el punto de vista humano y sentimental, no vale la pena cuando se llega a la política guiado por ideales ideológicos, cuando la política es un territorio de servicio a la colectividad, cuando se entiende la vida pública usando el altruismo por encima de los intereses personales. Y, sobre todo, cuando en las filas contrarias se intenta antes el derribo del personaje que la confrontación de ideas y proyectos. El sufrimiento manifestado por Pedro Sánchez quedará en los anales como ejemplo palmario del intento de destrucción del líder al margen de sus logros y errores de gestión. Idéntico a lo sucedido en Galicia, con denuncias falsas y el concurso de una jueza afín a la derecha, contra Gómez Besteiro, líder del PSdeG, contra Paco Rodríguez, alcalde de Ourense, y contra José Blanco, ministro de Fomento. Sólo tres ejemplos cercanos. Sin embargo, desde el compromiso con la sociedad, el progreso y la convivencia, sí vale la pena enfrentarse a esas fuerzas políticas, jurídicas y mediáticas que entienden el ejercicio del poder como un reducto de intereses de “los nuestros y por lo nuestro”.

Sí vale la pena trabajar políticamente por una sociedad mejor, igualitaria y más justa, banderas habituales de las organizaciones de izquierdas e, incluso, del centro derecha (como aconteció durante la transición democrática). Tirar la toalla equivale a permitir que la sombra esencial de Fernando VII camine por la senda constitucional para derrocarla. La historia nos ilustra de cómo ese carácter insolidario, antidemocrático y dictatorial ha perseguido a este país hasta 1975. Tras darnos la Constitución del 78 creímos haber abierto la puerta de la convivencia en paz. Craso error, el éxito de la política destructiva del líder, ejercida contra Demetrio Madrid, instituyó un modo de hacer por parte de Aznar que no se ha detenido, mantenida por los sectores más ultras del PP y su escindido Vox. Un sistema en crecimiento progresivo cuya más grave consecuencia no es que un político dimita, o un presidente decida meditar si vale la pena seguir, sino la peligrosa división irracional que está generando en la sociedad.

La carta de Sánchez a la ciudadanía expone un problema muy serio, de mucho más alcance que las acusaciones archivadas por la Oficina de Conflictos de Intereses al considerar que no hay caso. En realidad el presidente del Gobierno acusa directamente al líder del PP de secundar o dirigir una metodología propia de la extrema derecha internacional, aunque no lo manifieste, extendida por todo el mundo, desde el asalto al Capitolio en EEUU a los genocidios de Putin o de Netanyahu, pasando por el encarcelamiento de Lula da Silva o la dimisión, por una causa torticera, de Antonio Costa en Portugal. Las destrucciones de líderes inocentes en España llenarían una enciclopedia: Atutxa, Zapatero, Podemos, Pablo Iglesias, Irene Montero, Mónica Oltra… En Galicia, aunque podíamos intuirlo, no esperábamos ver a Feijóo caminando por esa senda irracional. No sé a dónde lo empujará la carta de Sánchez pero yo empiezo a tener la certeza de que, de no abandonar ese camino, no alcanzará la Moncloa. El lunes, Pedro se queda.

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