Opinión

Yo fui compañero y apreciaba a Alfonso Basterra

El 10 de febrero de 2014 publiqué un artículo cuyo titular decía: “Yo fui amigo de Alfonso Basterra y no le creo capaz del crimen del que se le acusa”. A raíz del mismo requirieron mi presencia en varias cadenas de televisión para que explicara nuestra relación. Aclaré que lo que yo dijera se basaba en mi trato personal con él, no era mi opinión un dictamen pericial o un juicio preciso, sino una mera impresión ante la acusación, luego confirmada, que recayera sobre él. Conocí, traté y aprecié como compañero a Basterra, cuando yo era delegado en Vigo de El Correo Gallego de Santiago y él trabajaba como redactor en la sede central. No entramos bien. En una primera ocasión se molestó porque le hice determinadas indicaciones sobre el tratamiento de una información. Me dijo muy seco que él también era periodista; pero la aclaré que no lo dudaba, pero que como responsable de las informaciones que salían de Vigo era mi responsabilidad indicarle el tratamiento al meterlas en plana, en las páginas de Galicia. Aclarado el asunto llegamos a tener un trato grato, pues nos comunicábamos a diario. Luego conocí a la que sería su esposa en un acto social en el Hotel de los Reyes Católicos. Era menudita y agradable. Parecían una pareja feliz.

Como cualquier persona de bien, quedé horrorizado por el terrible crimen de Santiago. Pero en mi caso, una circunstancia especial me hizo este suceso especialmente doloroso por aquella relación. ¿Cómo era Alfonso Basterra cuando lo traté y cómo definiría yo a este bilbaíno? Pues como un tipo serio, de no muchas palabras, algo taciturno; pero cordial en el trato. Yo lo apreciaba. Hacía años que perdiéramos contacto. Entonces daba la impresión de estar muy enamorado, diría que entusiasmado con su mujer. Ella me pareció simpática y parlanchina. Recuerdo que iba muy bien arreglada conjuntada. Un amigo mío, prestigioso psiquiatra, cree que poseía rasgos esquizofrénicos. No era especialmente atractiva, muy menudita. Curiosamente, el matrimonio acabó mal, aunque siguieron siendo amigos, pese a la infidelidad de ella, y se trataban con cariño, como quedó demostrado ya en prisión. Los hechos sentenciados judicialmente vinieron a confirmar que Alfonso participó en el asesinato de aquella niñita. Es difícil aceptar que una persona que has apreciado como compañero y persona tome parte en un crimen tan cruel. Porque para mí era un hombre bueno. Ahora parece un hombre atormentado. La suya es una vida rota para siempre.

Ahora que el asunto recobra actualidad por la serie que una productora comercial le dedica, cuyo contenido, basado en la sentencia sobre los hechos probados judicialmente, añade la propia aportación e interpretación de los guionistas, he vuelto a ser requerido, en este caso por la Televisión de Galicia, para que aportara mi testimonio. Dentro de la cárcel, donde Basterra cumple condena, sin manifestar arrepentimiento por unos hechos que no reconoce, es un hombre solitario, sin relaciones ni permisos, que pasa el día en la biblioteca. Lo tratan con especial dureza y no tiene permisos que se otorgan a otros presos. Sigue siendo un hombre taciturno, recluido en sí mismo, lo que viene a coincidir con su carácter y se sigue refiriendo a la pequeña asesinada como “mi niña”. Algunos criminólogos creen que su papel en el crimen fue o es más de encubridor que otra cosa.

Pero yo me sigo preguntando cómo es posible que aquel hombre a quien yo trataba a diario y que me parecía, aunque hombre de pocas palabras, un hombre corriente, agradable de trato y compañero de trabajo fue capaz de llegar al crimen por el que está condenado. Pienso en ello con frecuencia, con la esperanza de que aquel bilbaíno que no lo parecía esté arrepentido en su conciencia. Yo lo recuerdo como un buen chaval.

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