El ourensano Ramón Iribertegui, una vida misionera en la Amazonía

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Sesenta años largos en Venezuela y más de cuarenta como misionero en la Amazonía es una larga vida con muchas cosas que contar

Regresó a Ourense después de pasar sesenta años en Venezuela. Salesiano y misionero, Ramón Iribertegui (Ribadavia, 1942), cruzó el Atlántico a finales de la década de 1950. Miembro de una familia de siete hermanos, otro de ellos, Samuel, también es salesiano y ambos vivieron más de sesenta años en Venezuela. Cuarenta los pasaron en el corazón de la Amazonía venezolana, como misioneros.

¿Qué recuerdos tiene de su infancia en Ribadavia?

De Ribadavia no tengo recuerdos porque nací allí porque mi padre, que era guardia civil estaba destinado allí. Pero al año siguiente ya lo mandaron a Carballiño. Tengo más recuerdos de Carballiño. Era una villa muy interesante entonces. En 1954 me fui al seminario.

¿Por qué decidió ir al seminario?

Yo no decidí. Me decidieron. En aquella época de la España gris la única posibilidad que tenía uno de estudiar si era de una familia sin recursos, como era mi caso era irse al seminario. En esa búsqueda de vocaciones, ese proselitismo de la Iglesia… pensándolo ahora, si no fuera por ese hecho cuánta gente se habría quedado sin estudiar. Porque la iglesia puso a disposición esos medios y luego quienes no querían seguir se podían marchar, como así sucedió con la mayoría. Mi hermano fue primero y cuando regresó en vacaciones vino hablando maravillas de que jugaba al fútbol, al lado del mar, en Cambados, que era donde tenían el colegio los Salesianos. A mí me gustaba mucho el fútbol y allá me fui. 

Usted iba para estudiar, pero al final se hizo salesiano. ¿Cómo llega la vocación? 

La vocación es una fruta que va madurando. El primer año estuve en Cambados, el segundo en Vigo y luego volví a Cambados. En total fueron cuatro años y de ahí fuimos al noviciado en Astudillo, en Palencia. Me acuerdo de que cuando salí de Galicia lloré, al ver aquel paisaje tan seco. Llegamos a Palencia después de la siega. Estuve un año más y con 16 años cumplidos, profesé. Y durante el año nos pidieron quiénes querían salir al extranjero, a las inspectorías es decir a las provincias religiosas que había en África, Asia y América, donde había menos vocaciones. Y yo fui de los que dijeron que sí. 

¿Y así fue como decidió ir a Venezuela?

Yo dije que quería ir al extranjero. Tenía 17 años. Me destinaron a Venezuela y fui a Vigo para embarcarme en el Begoña, que era un barco que hacía la travesía hasta La Guaira, con escala en Tenerife.

Después de un año en tierras de secano ese viaje tuvo que ser una aventura.

Y tanto. En Tenerife compramos una enorme piña de plátanos que fuimos comiendo todo el viaje. Recuerdo que llegamos a La Guaira de noche y no nos dejaron desembarcar hasta el día siguiente. Tardamos trece días en hacer la ruta. Cuando llegamos a La Guaira estaba todo oscuro, pero la costa aparecía llena de luces. Había visto la bahía de Copacabana en fotos y pensaba que aquello tenía que ser parecido, al ver tantas luces. Cuando amanecimos era todo puro chabolismo, eran las luces de los ranchitos. Se nos cayó el alma a los pies. Aunque luego nuestra idea cambió pronto.

¿Y eso?

De La Guaira fuimos a Caracas. ¡Por autopista! Era la primera vez que veía una autopista en mi vida. Imagínate. A partir de ahí me di cuenta de la diferencia que había, en 1959 entre la España pobre que yo dejé atrás y Venezuela. ¿Cómo vamos a ejercer de misioneros aquí si es un país más rico que nosotros? Pensaba para mí.

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¿Cuándo comenzó su vida misionera?

En 1973. Me fui al alto Orinoco, al Estado Amazonas, a Puerto Ayacucho que es su capital. Ahí fue donde empezó la verdadera misión y también donde cambió radicalmente mi manera de ver la vida porque allí los conceptos del tiempo y del espacio son totalmente diferentes de los nuestros. 

¿Cuántas etnias conviven en ese territorio?

Más de veinte. La más numerosa es la yanomami. Luego están también la yekuana, curripaco, baniva, warekena, baré, piaroa, jiwi… hay veinte lenguas distintas. Por eso es providencial que se haya introducido allí el castellano porque gracias a él se entienden todos.

Tengo entendido que hubo problemas con los garimpeiros, los buscadores ilegales de oro. Sobre todo, para los yanomami.

Más en la parte que vive en Brasil. Al menos antes. Ahora, entran por el río Orinoco, con el estado venezolano tan revuelto abrieron lo que llaman el círculo minero y se están metiendo de lleno. Y eso es maquinaria, mercurio, un desastre total y destroza el mundo auténtico indígena. Es lo más terrible que está sucediendo ahora.

¿Cuál es el papel del misionero? 

La palabra misión está atada al término civilizatorio y ese es un gran error. Nosotros no consideramos que haya una cultura superior a otra. Para nosotros no hay salvajes, hay culturas diferentes. Yo no me siento superior a un yanomami. Puedo saber escribir a máquina. Puedo tener un teléfono, ser superior en ese tipo de tecnologías, pero si me meten en medio de la selva, nada de eso me sirve para sobrevivir. Ahí no soy nada, comparado con ellos. Los criollos sí que tienen esa visión superior frente a las etnias indígenas. Como misioneros, desde los años setenta ochenta nuestro proyecto consistió en la creación de una escuela en la que formamos a los maestros que luego enseñan en la propia lengua yanomami. Es la escuela yanomami del Alto Orinoco. Se imprimieron libros en yanomami, nos ayudó mucho un antropólogo francés, Jacques Lizot que creó un diccionario yanomami. Y ahora los maestros que enseñan son de la propia etnia.

Entonces, ese proselitismo que usted vivió siendo niño no se reproduce en la iglesia actual

Por supuesto que no. Tenemos muy claro que Jesús no vino a imponer. Hay un grupo de cristianos pero se le presenta un cristianismo distinto. Un yanomami puede ser cristiano y mantener las raíces en lo que cree él. Este encuentro religioso se hace con mucho respeto. Incluso la misa cuenta con un traductor a yanomami. Jesús no vino a imponer, vino a iluminar. Viene a quitar miedos. Dios llegó allí antes que nosotros. Lo que tenemos es que descubrir en su modo de vivir y de creer es cómo Dios se ha manifestado en ese pueblo. Y luego ayudar en lo que podemos en lo material.

¿En qué modo ayuda la fe cristiana a los yanomami?

Los yanomami tienen muchos miedos. Su concepción animista les lleva a tener mucho miedo. Jesús tiene la posibilidad de crear seguridad, de quitar esos miedos. Y el chamán es muy importante para ellos porque también les ayuda con esos miedos. Nosotros respetamos mucho a los chamanes.

¿Echa de menos aquello? 

Mucho. Añoro aquel mundo lleno de jóvenes y en el que aceptan mejor a la gente mayor que aquí.

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