Obituario | "Al cielo, al cielo, sí, un día a verla iré", el deseo de Fátima

"Al cielo, al cielo, sí, un día a verla iré", reza la esquela de Fátima. Toda una declaración de intenciones, una apuesta de vida. A los que somos ourensanos, esta frase tan conocida, nos recuerda la lápida de Don José (el antiguo abade de O Couto y tío de Fátima) y también el canto fatimeño que entonamos a la Virgen de Fátima a la que veneramos con tanto cariño y con quien anhelamos un día descansar en su regazo, los que nos sentimos sus hijos, sus devotos, junto a Jesús, en el cielo. La vida está hecha de pequeñas o grandes historias y ¡cuántas historias bonitas nacen en este santuario, en torno a la Virgen de Fátima! Todos los ourensanos tenemos en él una piedra y también un montón de recuerdos, de vivencias profundas inolvidables, que son la fuente donde encontramos fuerza en la debilidad, el apoyo en las horas difíciles o la batería donde cargamos las pilas que nos mantienen vivos. Permitidme que os cuente una de esas bonitas historias. Érase una vez... Transcurrían los años 50, una niña siempre alegre y supersonriente jugaba con sus hermanos y hermanas en los distintos rincones de una casa grande y espaciosa que, en su imaginación de niña, era un bello palacio en el que ella hacía amigos y realizaba sueños, aventuras y múltiples juegos. Ese adorado palacio, al que se escapaba siempre que podía, estaba habitado por su tío Pepe. Aquel “hombrachón” alto de estatura, pero más alto de corazón, que le contaba a menudo la historia fascinante de aquella hermosa Señora de vestido Blanco, de mirada hermosa y tierna, que se apareció en Cova de Iria a tres pastorcillos: Francisco, Lucía y Jacinta. Y aquella niña, cuando se colaba en palacio del tío, mirando las altas vidrieras y los dorados mosaicos, sentía como aquella Madre del cielo, igual que en otro tiempo a los tres pastorcillos, le infundía cada día más del calor del amor y la luz de la fe. Para ella, esta historia no era como las de los cuentos, sino que era real, la de una Madre con la que hablaba y con la que pasaba cada día más tiempo contándole sus secretos. Fátima Sánchez, en una foto cedida por la familia. Pasaron los años y aquella dulce niña, en el palacio del tío y de la Señora de ojos de ternura y de vestido blanco, conoció al gran amor de su vida, a un joven cariñoso, artista, piadoso y soñador que pronto quedó prendado de aquella jovencita inocente, alegre y cariñosa. Este joven, José Ramón, ante e la imagen de aquella Blanca Señora, la Virgen de Fátima, le expresó lo más dulce que puede salir de un corazón humano: "Fátima, yo te quiero a ti como esposo y prometo serte fiel en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y en las penas y así amarte todos los día de mi vida". Pasó el tiempo, fueron llegando tres hermosos hijos, los estudios, un montón de luchas..., pero siempre bajo la mirada atenta de aquella Señora, la Señora de Fátima tratando de hacer realidad aquella promesa realizada ante su imagen con tanta fe y cariño. Hay vidas que parecen cuentos de hadas pero que son más bellas aún porque en vez de terminar con el célebre "fueron felices….”, son una demostración del amor hecho lucha, sacrificios, esfuerzos, retos, una historia de superación de adversidades, de constancia y de fe. Esto es lo vivido en la familia de Fátima, que le ha tocado convivir con la más dura de las tempestades, la enfermedad del olvido. Pero la habéis afrontado con la bravura de la fe, con el amor que apaga todos los miedos y derriba los peores oleajes, y acompañados por la mirada serena de aquella Blanca Señora que, en nombre de su Hijo, en las horas oscuras, os iba diciendo: “No tengas miedo, basta que tengas fe". En los años de cuidados de José Ramón y sus hijos hacia Fátima no hay molestias, no las hay con las personas que queremos... Estar cerca, estar ahí, "estar" es el reto, es lo poco y lo grande, lo extraordinario que podemos hacer por las personas que queremos, que nos importan, que no podemos olvidar, aunque ellas ya no nos reconozcan. José Ramón ha hecho realidad, cada día, cada momento, hasta la heroicidad, aquello que le prometió ante el altar. El amor dado gratuitamente no muere nunca, es el mejor patrimonio, orgullo legítimo y, por supuesto, la mejor prueba de que la fe hecha vida, hecha gestos diarios es la fe auténtica. "Al cielo, al cielo sí, un día a verla iré"... Autor: César González, párroco del Santuario de Nuestra Señora de Fátima