Garantiza un mayor alivio fiscal
Alfonso Rueda promete “cooperación y estabilidad” a los empresarios de Ourense
Deambulando
Se caen precipitadas al Miño las laderas, antaño de viñedos repletas de estas tierras da Peroxa, donde antes para el monocultivo casero de consumo y ahora con alguna plantación industrial de viñedos de muchas docenas de hectáreas. Como tierras de ribera abrigadas del norte y prolijas aún en viñedos, frutales, huertas, naranjos y limoneros. Tierras que dominadas o enseñoreadas por los tenedores del castillo, allá próximo a la capitalidad del municipio ya en la caída hacia el río.
Una matinal de nuboso día en el que ni el Sol por un instante, nos pusímos en marcha entre el ningún trino de algún alado y ni siquiera la huella del jabalí que presente en campos y caminos. La arribada al castillo, de planta de reciente reconstrucción, que debió erigirse allá por la centuria XI aunque con más seguridad en la XII, cuando el Rey Alfonso II aún de Asturias, como emplazamiento de mucho horizonte y por lo que suponía como para frenar incursiones de una morisma poco apetente de tierras tan al norte. Debió de ser tomado, se ignora si de rigor histórico, por los musulmanes, pero rescatado por Santiago (esto sin rigor) que desde a Pena do Apóstolo dio un salto prodigioso y desalojó a los infieles.
Lo cierto de todo esto es que el castillo fue a modo de centro de administración de los Temes, señores feudales; después de la revuelta Irmandiña, aunque no fue derruido por la Hermandad, pasó a ser detentado por los Sarmiento, condes de Ribadavia, luego sería sede municipal, y por los años 20 del pasado siglo, sus propietarios lo vendieron, y se hizo una reconstrucción un tanto contestada. De llegada hubimos de salvar una cancela giratoria para impedir el paso del vacuno, pero alguna bosta hallamos en el recinto prodigioso, de cuento de hadas, de este castillo rodeado de hermosa carballeira, al pie con rugiente regato, por precipitado. Se imponía una vuelta al amurado recinto y eso hicimos, y también por unos minutos de contemplación del panorama que abarca desde la lejanía la ciudad.
Con el silencio que la naturaleza imponía nos deslizamos por sendero de la falda sur metidos en la floresta desprovista de hojas, que también estos árboles no carecen de belleza aunque desnudos de sus hojas. Un córvido del que solo el aleteo de cierto ruido y ningún otro alado cuando pasamos una maderera puente sobre el precipitado regato de musgosas riberas mientras transitábamos ya precipitados hacia Graices, cuando el bosque se hacía perenne en los pinares y el empinado sendero requería de muchas precauciones cuando asomaban las floridas mimosas como primaveral anticipo y ya la huerta y el viñedo patentes se hacían con algún viñador de más ata que poda. En la diseminada aldea dominada por un templo, que cuando no se había construido tenían que bajarse a los muertos en sus cajas a hombros de deudos o vecinos hasta el fondo del río Miño, pasarlos en barca y llevarlos a cuestas por aquellas cimas hasta Melias donde se hacía el funeral y se le enterraba.
Aquí en Graices de conversa con uno de sus vecinos, José Mira, que contaba cuando de pequeño iba al pazo de enfrente, de la familia Rodríguez Rey, de los que uno de los hermanos, el recordado Manolo, ejerció de periodista en esta casa casi medio siglo. Ahora el pazo pasado en venta a una vecina de Melias y a su marido británico. Uno rememora la procedencia de la abuela paterna, Delia Rodríguez, de aquella casa, y de su hermano Agustín, deán que había sido de la catedral de Oviedo, viajero de Italia y residente en Roma, apoyo y guía de la familia cuando de retorno a esta nuestra ciudad. Por las matanzas, a unos cuantos hermanos, que allá íbamos en tren, nos apeaban en Barra de Miño y a subir. Un tanto difuso este recuerdo, porque en uso de razón aún reciente.
Pausada la marcha y tirando por esas carreteras por las que ni un coche en varios kilómetros, aún nos daría para saborear un par de mandarinas, atrapar un limón a camino público, y de vacío nos fuimos porque con la intención de comprar unos kilos, los amos de llantar, y no era cuestión sacarlos de sus placeres; así que bajando hacia Barra uno recordaba a un amigo que por allí mora, en Andelo, Manolo Iglesias Castro, de esos compañeros y del que amigo por más que años sin vernos.
Contenido patrocinado
También te puede interesar
Garantiza un mayor alivio fiscal
Alfonso Rueda promete “cooperación y estabilidad” a los empresarios de Ourense
IDENTIFICACIÓN POR ADN
El hombre hallado sin vida en As Caldas llevaba 48 horas muerto
SEGURIDADE VIARIA
Xunta e Pereiro de Aguiar melloran a seguridade de varias estradas
Lo último
ESTATUAS PROFETAS JEREMÍAS Y EZEQUIEL
Santiago recibe las esculturas del Pórtico de la Gloria tras 70 años fuera de la ciudad
PROGRAMACIÓN NAVIDAD 2025
El centro comercial Ponte Vella arranca su programación navideña con ocio, talleres y visitas mágicas
143 DÍAS EN EL MEDITERRÁNEO
España mantiene los días de pesca en 2026 tras acuerdo con la Unión Europea