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LA OPINIÓN
Se ha muerto el Papa pelotero, el que bancaba al fútbol. Lo hacía como en el espíritu, con devoción a un solo color, el azulgrana del Ciclón. Se sabía como un padrenuestro la alineación del 46 de San Lorenzo que campeonó en la Primera argentina y a la que Bergoglio asistió desde las butacas del Gasómetro.
Su mayor pecado fue enamorarse en una época en la que el adulterio era castigado con cárcel
Cuesta recordar a un vicario tan inclinado hacia el deporte porque en tiempos de Pío X hasta se les prohibía a los sacerdotes el uso de la bicicleta por lo indecoroso de arremangarse la sotana. Pero fue otro Pío, dos ordinales posterior, quien elevó el vehículo a los altares: usaba símiles ciclistas; les dio una virgen como patrona; y bendijo al pelotón en el primer Giro después de la Segunda Guerra Mundial. Pío XII, el Papa tifosi del ciclismo, vivió la histórica rivalidad ente dos de los más grandes. Pero tuvo que escoger. Y no fue difícil atendiendo a los cánones de la época.
El veterano Gino Bartali, familiar y conservador, fue elegido por Mussolini como símbolo de un fascismo que usaba sus victorias con afán supremacista. El Papa hizo lo propio, siendo habituales sus elogios desde el balcón de San Pedro. Bartali aborrecía la política, pero sí era un ferviente religioso. Rezaba, corría las etapas con una madeja de medallas de la Virgen y hasta levantó una capilla en su casa. El ‘fraile volador’ también tenía un lado colmado de vicios: podía tomarse 28 cafés, fumar 40 pitillos al día y pasarse las noches en vela. De esa rebeldía nació su revolución. Mientras el Duce y el Papa se arrogaban sus triunfos, urdió un plan secreto para horadar el nazismo y la tibieza de la Iglesia con las leyes antirraciales. Participó en una red clandestina poniendo al servicio de los judíos su bicicleta, en la que escondía pasaportes falsos que llevaba a los perseguidos. Bartali salvó la vida de 800 judíos y lo hizo en silencio, renunciando a los honores de una hazaña que solo se supo después de su muerte.
El joven Fausto Coppi, moderno y progresista, fue, sin embargo, censurado por no ser modelo para la juventud. Su mayor pecado fue enamorarse en una época en la que el adulterio era castigado con cárcel. Giulia Occhini, la “dama bianca”, comenzó a orbitar alrededor de su figura en las grandes carreras. Ambos casados y con hijos, el Papa le escribió a Coppi una carta para que se reconciliase con su familia, obteniendo como respuesta una afrenta: se fueron a vivir juntos. Juzgados y condenados, se casaron en México y tuvieron a su hijo en Argentina, dentro de una relación que nunca reconoció Italia. En el Giro de 1955, Pío XII remató la crucifixión: se negó a bendecir al pelotón por contar con un pecador, el adúltero Coppi.
Bartali tiene dos Tours y tres Giros. Coppi, dos Tours, cinco Giros, un Mundial y un récord de la hora. Nadie sabe que habría sido de sus palmareses si la guerra no los hubiese cercenado. Ellos, a pesar de la literatura, se mantuvieron unidos por una noble amistad. En el ascenso del Galibier de 1952 un desencajado Bartali de 38 años languidece ante un Coppi de 33, que coge su único bidón y se lo entrega a su mayor rival: “Toma, bebe que aún queda”. La generosidad de los campeones siempre rebasará la obstinación de cualquier credo, por mucho que los de arriba se empeñen en el juego eterno de vencedores y vencidos.
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