Opinión

Aldeas, por duplicado, y tan cerca unas de otras

No extraña que Galicia tenga más núcleos de población que los de todo el país, sumados, lo que se aprecia al viajar por cualquier lugar de esta provincia o de las otras tres de nuestra región. Lo que sí extraña es que ahora que todas presentan un más que aceptable estado de restauración, se vacíen a cuentagotas en un imparable despoblamiento, precisamente cuando todas con vías de acceso asfaltadas, calles urbanizadas, traída de aguas, alumbrado público. Pues, con todo, el despoblamiento se hace imparable, como me manifestó algún alcalde, que a pesar de sus esfuerzos y de las facilidades de habitación que en su municipio da, no puede evitar que disminuya el censo de su territorio. Luego vinieron esos traslados de poblaciones enteras para asentarse en la ciudad donde llevarán una vida anodina, acaso aislada, porque aunque descendientes suyos ya arraigados en la ciudad propicien este éxodo hacia la misma ciudad donde no les atenderán como esperaban. Prefiero ser alguien en el campo que un invisible en la ciudad, podríamos decir.

Este a modo de prólogo viene a colación porque en mis casi diarias incursiones en rural naturaleza, de un año a otro noto que si antes saludaba a cualquier vecino que siempre aparecía, ahora a ninguno. Entrar en una aldea es como hacerlo en el desierto. Quisiera parrafear con cualquier aldeano, pero objetivo imposible; la vaciedad es de tal calibre que como si hallases aguja en pajar, esto de encontrar a humano; acaso si a algún ladrante can enrejado. ¿Están vacías las aldeas o los paisanos andan en faena agrícola? Es la pregunta que surge cuando aún hasta ayer mismo siempre te dabas como de bruces con cualquier habitante del rural. La paradoja sigue, cuanto mejor y más urbanizadas aldeas, más despoblamiento. Luego los repobladores, de remotas tierras algunos, se instalan en el medio, no pocas veces encajan o concuerdan con la idiosincrasia de los aldeanos y dan lugar a algún conflicto.

En estas reflexiones me hallo a mi paso por esas cuasi planas tierras de A Bola, Celanova o A Merca dominadas por el monte San Cibrao al sur, que tuvo en el castro de Berredo, excavado parcialmente por un Cuevillas que pasaba temporadas en el cercano pazo de Olás de Vilariño, y no sé si por Risco. A derecha asoma O Furriolo, de tan triste recuerdo cuando se hacían levas, de la prisión en que el monasterio de Celanova convertido, por las escuadras negras de Falange, con listas elaboradas en el gobierno civil, regido por mandos de facciosos militares, que sembraban de cadáveres las cunetas durante la cruenta represión del 36; al oeste, el de Castromao donde también la parcelaria concentró fincas, trazó pistas a destajo para luego devenir en incultas tierras que una población envejecida y escasa ya no podía cultivar, y es así como veríamos la tierra yerma.

Así que ha de emplearse con precisión el término deshabitadas o abandonadas

Muchas aldeas, más que abandonadas, parecerían deshabitadas, que no es el caso; por deshabitadas entendemos que carecen de moradores pero sus antiguos vecinos permanecen con el animus possidendi o intención de poseer, y por abandonadas ha de entenderse que los antiguos propietarios, por esa carencia de animus, las dejan para el que primero las ocupe, casos que no se dan por de difícil demostración. Así que ha de emplearse con precisión el término deshabitadas o abandonadas.

Nos hallamos, cuando las cuatro de la tarde idas, a mesa, pero sin manteles en los pétreos bancos y mesales de A Armada donde la soledad impera e inimaginable la concentración de fieles y curiosos que por centenares invaden un recinto ahora en soledad, pero bullente por septembrina romería y que una activa vecina mantiene con Quintina.

Entre un dédalo de pistas, la exhuberante vegetación de arbustos, las frondosidades de una arboleda que plena como nunca, hacían dificultosa la orientación por entre esa marea de pistas colonizadas como nunca por la yerbas que, además, hacen precavido el tránsito

Bajamos a Ponte Fechas, al lado, que tiene su réplica en la cercana Fechas, que parroquia es, con templo a unos cientos de metros del núcleo aldeano, y otra llamada Fechiñas, como segregada de la principal. Por allá también Barxas que tiene otra Barxiñas por más pequeña, y si por pistas de la concentración de tan herbosas que el discurrir a ciegas, nos extendimos hasta las inmediaciones de Podentes que pasa por ser el núcleo mas denso de A Bola, que además tiene su Podentiños cercano; solo faltaba que el también próximo de Oxén tuviese un Oxenciño pero poco faltó porque al sur, otro Oxén segregado. En fin, que la toponimia caprichosa o los egos vecinales te deparan estas cosas.

Entre un dédalo de pistas, la exhuberante vegetación de arbustos, las frondosidades de una arboleda que plena como nunca, hacían dificultosa la orientación por entre esa marea de pistas colonizadas como nunca por la yerbas que, además, hacen precavido el tránsito. Como reciente en la memoria una caída de la aventurera, enfermera de profesión, Carmela, que luego de muchas aventuras de más que cierto riesgo, tuvo una malhadada caída entre los yerbajos de una pista que ocultaba unas piedras, de lo que resultaría con lesión en la mandíbula esta arrojada aventurera que con Kike Soto, su consorte, en canoa, bici de montaña o haciendo treking recorren continentes. Uno arrostra peligros y va a perecer en la orilla luego de tanto nadar. Menos mal que el delicioso día, por largo también, propiciaba la calma y la visión por doquiera pasaras y las paralelas pistas de servicio flanqueando la autovía de Celanova señalaban el camino, pistas de tan erosionadas que invitaban al apeo de pedales en unos cuantos tramos. As Pereiras, casona donde el amigo Tino Sánchez cuna tuvo, Barrio o Leborín señalaban el camino de vuelta para penetrar en A Ponte Grande, que más bien Lampazas debe ser llamada, desde donde a Ulfe con esa vidilla que dan los estacionales de fin de semana, como en otras aldeas pasadas; próxima, As Maravillas donde un cerezo en campo público nos surtía, arrasado por las bandadas de estorninos, en menos que se cuenta; más adelante, por As Pias, que por más cercana a la urbe, también de habitación de fin de semana.

Las aldeas se van despoblando, los nostálgicos hacen residencia temporal restaurando lo heredado; hacer morada permanente no es habitual. Pero esto estacional hace que cada uno se encierre tras los muros que han levantado para preservar sus propiedades... o su intimidad. Será que cuando volvemos de donde alguna vez partidos, menos dotados para la vida social aprendida en la aldea y desaprendida en no pocos guetos en la que la ciudad también aisla.

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