San Mamede y su bosque atlántico

Esta sierra de San Mamede, del Macizo Central ourensano, que así dicha por hallarse en medio de la provincia, compuesto por la de Queixa, Invernadeiro, Fial das Corzas y Samión es una de las más recurrentes en el imaginario montañero o al menos era como la consagración de aquellos jóvenes para los que ir a esa montaña suponía el bautismo. Incluso se hacían las primeras armas en la escalada en uno de aquellos penedos (Penedo das Mozas, Penedo dos Afeitados…), eso sí, con cuerdas de pita o cáñamo que en cualquier rapell ponía las manos al rojo. Subir en invierno era para dar unas cuantas esquiadas con unos pesados esquíes que había que llevar al hombro por una quincena de kilómetros desde Os Milagres. Eran los heroicos tiempos del esquí por acá, mientras que por Trevinca los Gurriarán eran los que seguían los pasos de otros Gurriaranes anteriores, y por aquí los Villalvas, Tovar, Bello, Glez. Gurriarán y otros con los que no pocas veces hollé las cimas del San Mamede para echar una esquiadas por sus más inclinadas laderas. Era un llegar allá al mediodía, hacer una foto del esforzado medio centenar de amigos, deslizarse no más de 100 metros, recoger los esquíes que menos fatiga producían en la bajada hasta Os Milagres.

Que si vamos a valorar este prodigioso bosque tampoco debería ser bidueiral sino acebral de San Mamede, porque los abedules más allá del último cuarto del camino, que por este otoño se reviste de un colorido que solo el contraste con el verdor intenso de los acebos depara

En el recordatorio de todas estas aventurillas me hallo con un trío en su falda norte, como por encima de la insignificante aldehuela de A Teixeira; sopla un fortísimo viento al abrigo del cual nos cobijamos introduciéndonos por esa pista que se llama del Bidueiral de Montederramo, que más le cuadrara de San Mamede, porque es en la falda oriental de esta sierra donde discurre esa pista y no en Montederramo, pero son esas cosas que circulan porque alguien las puso en valor, como ahora se dice, y como loros todos repetimos. Que si vamos a valorar este prodigioso bosque tampoco debería ser bidueiral sino acebral de San Mamede, porque los abedules más allá del último cuarto del camino, que por este otoño se reviste de un colorido que solo el contraste con el verdor intenso de los acebos depara. Pista que un tanto deteriorada por la pluviosidad, lo que no resta un ápice a la magia de ese dosel que forman carballos, acebos, abedules en una gran parte de su recorrido.

La magia es como una constante de esta falda oriental cubierta de bellas frondosas y pinares de repoblación, esos llamados rojos de Oregón. Por aquellas laderas se refugian herbívoros y carnívoros que fácilmente pueden eludir a sus perseguidores, de los que vimos alguna huella en ese día desapacible por el viento, acaso porque los verdaderos habitantes del medio a refugio de las inclemencias en las frondosidades del Teixedo, en esa ladera que se cae hacia las casas de A Ferrería y su antaño dos singulares moradores, y remotando ese río que casi media docena de nombres tiene está A Edreira, en la juntanza de los ríos Cabrós, Cabronciños y algún regato más, mientras nosotros poníamos rumbo hacia A Serra do Burgo, que emergía en su cumbre sembrada por un parque eólico, salpicados los lameiros de los últimos pasos de nuestro periplo, de setas, no todas en sazón.

El San Mamede quedaba allá al fondo, inmerso en más que nieblas panza de burro, como suele cuando la invernía se aproxima. A 1.616 m. de altitud está la capilla del santo; más abajo, un área recreativa, un tanto deteriorada, con fuente, y un refugio al pie, que a veces limpio se mantiene, y más bajo en la falda de As Canadas nace el Arnoia, el Navea, el Mao, y casi el Támega.