Arturo Maneiro
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En una época de nuestro país en la que la necesidad de héroes era fundamental, nuestra protagonista de hoy pasó a formar parte relevante de nuestros libros de historia. Agustina Raimunda María Zaragoza Doménech nació el 4 de marzo de 1786, no se sabe muy bien si en Reus o en Barcelona.
Se casó a los 17 años con un cabo de artillería, el cual participó desde el principio en la Guerra de la Independencia contra los franceses.
Agustina fue tomada prisionera y liberada en un canje junto al capitán José Carratalá Martínez. Recorrió gran parte de España como animadora de los ejércitos, donde su gesta se había hecho muy conocida
La contienda llevó a la pareja a Zaragoza y durante el asedio a esta ciudad, Agustina, que le estaba llevando la comida a su marido, cogió una mecha de las manos de un artillero herido y consiguió disparar un cañón sobre las tropas francesas. Éstas, temiendo una emboscada, se batieron en retirada.
Había nacido el mito de Agustina de Aragón.
Tras este hecho heroico, participó activamente en la defensa de la ciudad hasta que la capital maña cayó definitivamente en manos de los franceses. Tales fueron sus hazañas que la junta central militar le otorgó el grado de subteniente, algo completamente extraordinario en una mujer de la época.
La realidad es algo más sobria: Palafox efectivamente admitió a Agustina dentro del cuerpo de artilleros, pero como artillero raso. Probablemente el nombramiento tenía tanto de práctico como de honorífico: la pertenencia al cuerpo de artilleros proporcionaba a Agustina el derecho a comer del rancho de los soldados, lo que no era desdeñable en una ciudad sitiada.
Posteriormente, sin embargo, Agustina conseguiría finalmente los galones de Sargento y de Subteniente.
Agustina no cesó en su empeño de defender su ciudad de los franceses y participó activamente en la defensa de otros sitios de Zaragoza.
El 21 de febrero de 1809 y tras dos meses de frenética resistencia, la ciudad maña no pudo aguantar la presión de las tropas napoleónicas y cayó.
Agustina fue tomada prisionera y liberada en un canje junto al capitán José Carratalá Martínez. Recorrió gran parte de España como animadora de los ejércitos, donde su gesta se había hecho muy conocida. Participó en múltiples combates, incluido el asedio francés a Tarragona. Su carrera militar concluyó en la Batalla de Vitoria, con las fuerzas del general Morillo, que le extendió un certificado por su participación en dicho combate.
Agustina de Aragón está considerada como uno de los símbolos más representativos de la resistencia española contra el invasor francés.
Al final de su vida se retiró a Ceuta con su hija, ciudad en la que murió en 1857 a causa de una bronconeumonía.
Su vida fue llevada al cine en 1950 por Juan de Orduña y con Aurora Bautista como protagonista.
Es una palabra clave del español y tal vez la más característica –preguntádselo si no a los guiris-
Todos, quien más quien menos, lo decimos cuando estamos contentos –y en especial los aficionados al mundo taurino y al flamenco-; y todos nos hemos preguntado alguna vez cuál es el origen de esta singular interjección intraducible a otros idiomas.
Existen muchas hipótesis sobre el origen de la palabra “¡Olé!”: hay quienes afirman que viene del griego, del verbo “ololizin” (ὀλολύζειν), que es una palabra onomatopéyica y designa el grito ritual de júbilo de duelo.
Hay quienes también dicen que “¡Olé!” viene del episodio de la Biblia en el que Jacob es engañado el día de su boda con Raquel, cuando al quitarle el velo a la novia, descubre que en realidad se trata de Lea, no de Raquel. El público durante la ceremonia intenta avisarle “¡Oh, Lea!”. Y de ahí derivó a olé.
Pero la hipótesis más extendida y la que más cuerpo tiene es aquella que dice que “¡Olé!” viene del árabe, de la expresión “allah” (Oh, Dios), concretamente.
Según la escritora estadounidense Elizabeth Gilbert, “¡Olé!” viene de la exclamación de “¡Alá!” (Allah).
Los moros solían hacer grandes celebraciones que incluían espectáculos de baile. Cuando un bailarín lograba maravillar al público con sus movimientos llenos de gracia y su arte de gran nivel, se creía que ese momento permitía a los testigos entrever el poder de Alá a través del bailarín.
Por eso, cuando los bailarines embrujaban al público, éste exclamaba “¡Alá!”.
La RAE, por otra parte, recoge que “¡Olé!” proviene de la exclamación árabe Wa-(a)llah (¡Por Dios!), una exclamación de entusiasmo ante una belleza o alegría sorprendente.
En el idioma árabe, no existe la vocal “e” y, en ocasiones, la vocal “a” suena parecido a la “e”.
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