Opinión

La Diputación se pone la chaqueta

Julio Rodríguez Prieto, alcalde de Maside (segunda fila, cuarto comenzando por la izquierda). Foto Xesta 1920.
photo_camera Julio Rodríguez Prieto, alcalde de Maside (segunda fila, cuarto comenzando por la izquierda). Foto Xesta 1920.

Del “escobazo” que protagonizó Primo de Rivera, con el beneplácito de Alfonso XIII, pronto -el 13 de septiembre-, hará un siglo. Luego, un par de años más tarde, el dictador cambiaba el uniforme por la chaqueta. Pese a todo, en Ourense, en concreto, en la Diputación, este proceso se ralentizó… Quizás, porque todavía hacía muy poco que habían sido elegidos, de nuevo, para la presidencia, el general de brigada, Casar Blanco, y para la vicepresidencia, Julio Rodríguez Soto -la Corporación se había constituido, en abril de 1925, en presencia del gobernador civil, Muñoz Delgado-; o tal vez, porque se esperaba a que el laureado militar, avanzado en edad, en un acto de lealtad, presentase la dimisión al ver el rumbo político que emprendía el gobierno… Pero, lo cierto fue que aquel cambio programático, se hizo esperar en la ciudad de las Burgas.

Palacio Provincial en 1936 (ABDGA).
Palacio Provincial en 1936 (ABDGA).

Era evidente que Primo de Rivera, antes de que el país retomase la senda constitucional, inevitablemente, tenía que cambiar la indumentaria castrense, por el traje y la corbata. Había que disipar las nubes, antes de que arreciase la tormenta. De ahí que idease un gabinete, integrado -salvo excepciones, como la de su amigo Anido-, por civiles. Se daba un paso del Directorio Militar al Civil, integrado por jóvenes ministros, “fieles al sistema”, como Calvo Sotelo. Fue, con posterioridad, este político, hijo adoptivo de Ourense, quien recomendó para la presidencia de la Diputación, en aquel escenario de maquillaje del régimen, a su gran valedor en la provincia, Julio Rodríguez Soto.

Efectivamente, aprovechando que el militar Celso Casar Blanco ya tenía 70 años y que podía retirarse a su “Granja Casar”, situada en Regueiro Fozado, se hacía cargo del gobierno de la Diputación. El oficio no le era extraño. A fin de cuentas, el abogado, natural de Maside, con bufete en O Carballiño, después de detentar la alcaldía en su localidad ya había asumido la vicepresidencia de la institución desde la etapa del Directorio Militar. Aun así, ahora ocupaba la presidencia vacante que dejaba el general, primero, de manera interina, luego, de forma oficial. Encarnaba, según la Corporación, el perfil que concebían intelectuales críticos con el Directorio, como Azorín -“políticos sencillos en su atavío, al mismo tiempo sin mácula”-. Con Julio Rodríguez Soto, hijo de José -notario en Maside, Entrimo y Ribadavia-, y de Francisca -profesora en Maside-, se daba, al fin, el paso de la presidencia de la Diputación militar, a la civil. La Diputación se ponía la chaqueta.

Este abogado popular, con innumerables amistades en el distrito de O Carballiño, se convertía en el auténtico propulsor de la nueva era del renacimiento administrativo local ourensano. Claro que la coyuntura económica le era favorable. El gobierno, resuelto el problema marroquí, disponía de más dinero. Ahora, podía impulsar la añorada regeneración con ayudas a planes estratégicos que fomentasen la modernización de villas y ciudades. En Ourense, por ejemplo, en 1923, la Diputación contaba con un Presupuesto de 876133,86 pts. y, en el ejercicio corriente de 1929, la cantidad se elevaba a 3159387,27 pts. Semejante cifra presupuestaria le había permitido finalizar la construcción del Hospital Modelo a la vez que reconvertir una parte del edificio más antiguo en asilo, y la otra, en una Escuela de Artes y Oficios. Incluso, con la aportación de una Mancomunidad de provincias -Orense, Pontevedra y Lugo-, proyectaba erigir la Leprosería Regional del Noroeste -en Toén-. Lamentablemente, no vio la luz. Sin embargo, lo que comenzaba a ser una realidad era el Palacio Provincial. Rodríguez Soto lo denominaba, con ingenio, el “Arca de Noé”. Aquel edificio, asentado en unos terrenos adquiridos, originariamente, a los propietarios de una fábrica de curtidos, tan sólo por 125000 pts., albergaba varias dependencias de la Administración en un edificio valorado, ahora, en dos millones de pesetas. En ellas se alojaba el Gobierno Civil, la Diputación, la sede de Vigilancia y Seguridad, la Jefatura de Primera Enseñanza, o, desde hacía muchos años, también la Delegación de Hacienda, mientras permanecía a la espera de disponer de casa propia. Y, aprovechando el amplio patio que tenía -el plano de 1904 realizado por el arquitecto, Antón Crespo es muy significativo-, se construían en 1928 dos nuevos cuerpos de dos pisos y planta baja, en los que se habían invertido 600000 pesetas. El propósito era habilitar el segundo piso, exclusivamente, para albergar las oficinas de la Diputación, y el primero, para acoger la sede del Gobierno Civil y de Hacienda.

AHN. Plano del Palacio de la Diputación de Ourense, realizado en 1904 por Antón Crespo.
AHN. Plano del Palacio de la Diputación de Ourense, realizado en 1904 por Antón Crespo.

Julio Rodríguez Prieto estaba tan entusiasmado con el progreso que había alcanzado en la rama de la administración pública, que, cuando la Exposición Iberoamericana de Sevilla quiso promocionar la marca España a través de la publicación del Libro de Oro, firmado por el rey y por Primo de Rivera, y, editado por la Unión Iberoamericana -institución presidida por el duque de Alba-, emulando a intelectuales de otras provincias, como Álvarez Limeses o Filgueira Valverde, envía para aquel voluminoso libro el artículo “Desarrollo administrativo de la provincia de Ourense”. Con todo, el Directorio Civil agonizaba. Y cuando la madeja política se enredó, él también dejó el cargo en manos de Aureliano Ferreiro. En seguida se puso al servicio del nuevo partido político que emergía del descalabro de la Unión Patriótica, la Unión Monárquica Nacional. Ya, en 1931, viajando a Lisboa en compañía de correligionarios suyos para felicitar al candidato electo por Ourense, Calvo Sotelo, repentinamente, le sobrevino la muerte. En el sepelio, todos lo recordaron más por la política que por el foro; más por ponerse la chaqueta que la toga.

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