Opinión

La mujer en los Juegos Florales de Ourense

No era -como diría Freud-, un mecanismo de sublimación; ni mucho menos. Ni tampoco, solo una válvula de escape. Tener un puesto en el pódium cultural, era disponer de una plataforma para tener voz. La herencia, sí; el dinero, por supuesto que también. Pero, sobre todo, la cultura era el pilar en el que se asentaba la nueva sociedad de clases. Los certámenes poéticos no entendían de sexo. Y el género femenino siempre vio en ellos, no exclusivamente un refugio, sino más bien un trampolín para independizarse.

En efecto, en Galicia, desde siempre, la mujer fue una heroína. Lo que pasó fue que, a veces, la punta del iceberg desvió la atención de todo lo que existía bajo las profundidades. Ocurrió con la historia cuando nos hizo mirar hacia gestas de figuras femeninas como la lucense María Castaña que, en 1836, había encabezado una rebelión contra el obispo de Lugo por el exceso de impuestos, o como la coruñesa María Pita que había desmoralizado a los ingleses al matar, en el siglo XVI, al hermano de Drake.

Y lo mismo sucedió con las Letras. Claro que Concepción Arenal, Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán, mujeres nacidas en el intervalo de casi tres lustros, seducían en el ámbito literario. Con todo, no dejaban de ser la punta de lanza de una larga lista de escritoras, que, en el siglo XIX, convirtieron Galicia en el solar de la Poesía.

Fecundidad literaria a la que contribuyeron poetas ourensanas. Las hermanas Rita y Clara Corral eran colaboradoras en la revista La Ilustración Gallega y Asturiana, y compartían tertulia con Rosalía de Castro. Incluso, publicaban, en ocasiones, los versos en los mismos diarios. Y, por descontado, Filomena Dato, quizás, una de las poetas gallegas que fue más laureada. La ourensana, autora de Penumbras o Follatos, entre los honores con los que contaba, estaba el de haber sido premiada en varias ciudades gallegas y en la justa poética de Sevilla en la que obtuvo La Rosa de Oro. Además, había sido mantenedora en los Juegos Florales de Lugo en 1900, e inclusive, presidenta de los de Ourense, al año siguiente.

En la ciudad de las Burgas, por supuesto que ya se habían celebrado certámenes de gran trascendencia. El realizado con motivo del segundo centenario del nacimiento del Padre Feijóo, sin ir más lejos, había tenido una gran repercusión mediática en la prensa tanto por la calidad del Certamen como por la implicación institucional o el prestigio de los participantes -entre otros, Lamas Carvajal, obtenía El Pensamiento de Oro y Plata; y Emilia Pardo Bazán, La Rosa de Oro-. De ahí que, algunos medios le otorgasen categoría de Juegos Florales. Casi lo mismo sucedía con el encuentro poético que se celebraba, al año siguiente, en el que Curros era premiado por el poema A Virxe do Cristal. Aun así, en realidad, no sería hasta 1901, siendo su mantenedora la condesa Emilia Pardo Bazán, cuando adquiera el formato de un concurso de tal categoría.

Es verdad que este tipo de certámenes tenía un origen confuso. La denominación similar a los Juegos de Flora que se celebraban en Roma no ayudaba para nada a esclarecer su génesis, por muy diferente que fuese su finalidad. En el Mundo Antiguo había aposentado la leyenda de que Flora, diosa de la floración, después de enriquecerse llevando una vida libertina, había decidido gastar la fortuna para que el pueblo festejase las Floralias. En esos días, se celebraban los Juegos de Flora en los que estaba permitido todo tipo de excesos. Sin embargo, fue en la Baja Edad Media, teniendo como telón de fondo la fiesta de la primavera, cuando un grupo de siete trovadores de Toulouse, tratando de evitar la decadencia de la literatura provenzal, se propuso instaurar el galardón de la Violeta de Oro -donado por el Ayuntamiento- para el escritor del mejor poema. Adquirió tal prestigio que allí acudían poetas y trovadores de todas partes, sobre todo, aragoneses y catalanes. Luego, en el siglo XV, será una dama francesa, Clemencia Isaura, apasionada de las flores y de la poesía, la que recupera la tradición literaria con la denominación de Juegos Florales. Desde aquel instante, no siempre se mantuvieron en el tiempo. Pero, en la Renaixença catalana o en el Rexurdimento gallego comienzan a organizarse. Son eventos con un formato definido por la modalidad de convocatoria o de recepción, ya que, además, presentan unos criterios temáticos establecidos por las mismas instituciones, asociaciones, o incluso personas físicas que subvencionan los premios.

Esta parafernalia es la que le hace adquirir al certamen de 1901, categoría de Juegos Florales. En esta ocasión, el avance que presenta la Comisión ourensana, que tenía como secretario a Juan Neira Cancela, publicaba un total de 23 premios, con sus respectivos temas designados por los patrocinadores. Los galardones iban desde La Rosa de Oro, otorgada a la mejor poesía, subvencionada por los centros Recreativos de Ourense -Liceo Recreo y Unión Artística-, hasta un bronce artístico -donado por la Sociedad Gimnasio de Vigo- para la mejor ribeirana para banda, pasando por las 250 pts. que ofrecía el obispo al mejor trabajo que reflejase los beneficios que aportaba a la sociedad las congregaciones religiosas. Los premios animaron a la participación. En julio ya había 305 composiciones. Desde ese momento, la sublime trilogía que escondía el lema los Juegos Florales -Patria, Fides, Amor-, a ratos, se sintió abatida. Hoy en día, tan solo el colegio de Franciscanas, en Ourense, los mantiene vivos, ataviados con el tradicional carácter literario.

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