Opinión

Silgar, la playa de ourensanos y madrileños

Bañistas en la playa de Sanxenxo. Foto de 1923 de Vida Gallega nº 237.
photo_camera Bañistas en la playa de Sanxenxo. Foto de 1923 de Vida Gallega nº 237.

Caro, hoy…?; y, antaño. No es una novedad. Pocos… es cierto; y, más bien la burguesía pudiente… Pero lo que no ofrece dudas es que, en las postrimerías del siglo XIX, a pesar de las dificultades que entrañaba llegar a aquel paraje marítimo idílico, un buen número de ourensanos ya disfrutaba en la estación canicular de la playa de Silgar. En 1897, la prensa pontevedresa adelantaba que, por sus bañeras naturales, competía con los artificiales balnearios. Allí acudían tanto turistas del interior de Galicia como del resto de la península. Los baños de mar eran un bálsamo para la vitalidad de la piel o el aumento del apetito, y las auras marinas un excelente remanso de aire puro y brisa fresca… Y llegados al verano de 1909, la demanda en el distrito de Sanxenxo había sido tal, con respecto a la escasa oferta, que algunos veraneantes madrileños se habían sentido víctimas del coste del alojamiento. Pese a sentirse atraídos por el encanto de la ría, y por la comida, asustados por la subida del precio de los alquileres de las casas, amenazaban con dirigirse hacia otros lugares de la costa del Cantábrico, arguyendo que gozaban de más comodidades. Regresaban a sus casas enamorados de aquella titilante agua y de su cielo azul, sí; y mismo, la consideraban una pequeña Suiza…, pero cara.

Un buen número de ourensanos ya disfrutaba en la estación canicular de la playa de Silgar.

Ciertamente, era un hecho que a estas alturas todavía no disponía de las condiciones y servicios propios de un lugar de veraneo. Resultaba pintoresco; sí. No obstante, lo sorprendente era que corría 1914, y la carretera decimonónica no era el único obstáculo al que el viajero tenía que enfrentarse. Tampoco tenía alumbrado público eléctrico. Tan solo contaba con unos pocos faroles para luz de gas… Aun así, estas carencias nunca fueron un hándicap para familias como la del opulento ourensano, Pedro Romero. El banquero era muy apreciado en la villa marinera. Se esperaba, con ansia, su llegada debido a las exhibiciones que hacía al aire libre con su cinematógrafo. Había comenzado como un entretenimiento para sus amigos, y acabó siendo un espectáculo al que acudía muchísimo público. Los sangenjinos lamentaron su muerte en el verano de 1917… Ni tampoco era una traba para prohombres como González Besada o Gabino Bugallán, para mujeres como la Condesa Pardo Bazán, ni siquiera, para la propia infanta Isabel que movida por la curiosidad de querer ver volar a José Piñeiro -mentor de Chichana Patiño, primera mujer gallega que surcaba los cielos-, se acercó a aquel “paraíso virgen”.

Sin ninguna duda, ni las recalcitrantes quejas hicieron disminuir la demanda del alquiler de casas, que se hacía desde la capital del Estado. Por el contrario, año tras año, no dejaba de incrementarse; más aún, tras la apertura del hotel La Terraza. Francisco Alonso Prieto, con aquella construcción conjugaba las buenas vistas con el confort. Y fue clave. Enseguida se convirtió en un reclamo. A muchos ya no le importaba soportar la tortura de un incómodo viaje, de casi veinte kilómetros que separaban a Pontevedra de Sanxenxo, con tal de poder disfrutar, luego, de las comodidades de un verdadero hotel de Ciudad. Definitivamente, a la colonia de veraneantes que, a menudo, se reunía en la playa de Silgar, proveniente de Madrid -los señores de Bravo, Otero, Espada, Barrón o Martínez, entre otros-, o de Ourense -la familia de Pedro Romero; la del funcionario del ayuntamiento Fausto Castillejo; la del representante de la Cámara del Comercio, José Cuevas; la de Maceda o Castillejo; la de los señores López o Gutiérrez; e incluso la del funcionario de la casa de banca del Sr. Riestra, Aurelio Rodríguez-, ahora se le unía otra que se hospedaba en aquel inmueble moderno capaz de colmar los deseos de los más exigentes. Allí concurría una selecta burguesía madrileña -los señores de Uhagón, de La Peña, de Pilar del Valle…-, y también ourensana. En aquel hotel comenzó a pasar largas jornadas veraniegas, por ejemplo, la familia del señor Ortiz, gobernador de Ourense, o el matrimonio, Benito Falcón e Isabel Rey de Ribadavia -el mismo que le había regalado a San Antonio una campana que colgaba, con sus nombres, del campanario de la iglesia del convento de San Francisco a orillas del Avia-.

La villa se engalanaba. Se adecentaban las calles, se blanqueaba la fachada de las casas

Era evidente, pues, que con un poco que se agilizase el transporte y se mejorasen los servicios, por las condiciones naturales del lugar, los bañistas acudirían en masa. Ni transcendiendo noticias que causaban indignación, como las del naufragio de una lancha tripulada por cinco marineros, a los que la familia tuvo que velar hasta que al día siguiente llegaron los médicos para realizarles la autopsia, disuadía a los más entusiastas de visitar sus playas... Y, menos aún, a medida que no se concebía un verano sin mar.

La villa se engalanaba. Se adecentaban las calles, se blanqueaba la fachada de las casas, los bañeros preparaban las casetas, los comercios decoraban los escaparates, la rondalla ensayaba para amenizar las noches, e incluso, “La Pontevedresa”, además de servir de peluquería, se acondicionaba para convertirla en salón de baile… El goteo de turistas comenzaba en junio coincidiendo con la fiesta de San Antonio… Había años, como en 1921, que la playa de Silgar estaba tan concurrida que incluso el diario La Región señalaba cómo Sanxenxo había sido el lugar escogido por la mayoría de ourensanos para pasar el período estival. Estaba meridianamente claro que el día en que se llevase a la práctica un plan de obras en el espacio urbano, tanto en el aspecto ornamental como higiénico, sería invadida, al igual que otras afamadas playas europeas como Biarritz o Estoril, no solo por ourensanos y madrileños del vulgo sino también por gente “chic”.

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