Opinión

Brasil

Brasil en uno de los países más importantes del mundo. No sólo por sus resultados económicos, que son ciertamente impresionantes.  Fundamentalmente, por su creciente compromiso con los más necesitados, con los que menos tienen, con los que están excluidos del sistema social. . Es un gran país porque, con luces y sombras, está poblado por personas que en su conducta diaria traslucen, probablemente sin pretenderlo, una profunda sensibilidad social. No es casualidad que el presupuesto participativo  surgiera en este país ni tampoco es fruto de la suerte que las políticas públicas sociales más relevante se hayan ensayado en esta gran nación de dimensión europea.

Días atrás me tocó participar en Sao Paulo en tres actividades de las que aprendí bastantes cosas. La primera, a invitación del gobierno de Estado de Sao Paulo, fue una conferencia en el segundo encuentro de los Ouvidores del Estado, un cuerpo de funcionarios estatales que son la voz y la palabra de los ciudadanos del Estado. La segunda, una clase en la Universidad Católica de Sao Paulo sobre las directivas europeas en materia de contratación pública. Y la tercera,  una entrevista en un portal de internet que dirige uno de los periodistas más inteligentes que he conocido, sobre la crisis europea.

Sin embargo, lo que más me llamó la atención de estos dos días pasados en Sao Paulo fue una polémica sobre inmigración que allí tiene mucha importancia. Resulta que el gobernador de un Estado brasileño del Nordeste al que llegan muchos habitantes de Haití decidió pagarles a todos el billete de autobús con rumbo al Estado de Sao Paulo. Siendo, como es, una competencia federal, como Brasil está en año electoral, las autoridades federales miraron para otro lado, y el problema humano está siendo resuelto por la secretaria de Justicia y Defensoría del Ciudadano del Estado de Sao Paulo acertadamente.

Ante la omisión del Estado nacional, entra en juego el Estado de Sao Paulo y reclama, con toda la razón, que el gobernador del Estado del Nordeste que envía a los haitianos, avise de cuándo van a llegar para organizar los dispositivos de acogida y recepción. Y cuando llegan estas personas a Sao Paulo, son recibidas en las mejores condiciones con participación de algunas Iglesias que los reciben en su seno. Además, algunos empresarios motu proprio se acercan a estas personas para ofrecer su colaboración. Todo un ejemplo de solidaridad que contraste con el individualismo nacionalista que se ha instalado en tantos habitantes de los países de la Unión Europea, incapaces de comprender lo que es ayudar al necesitados.
Se trata de un caso paradigmático. El poder público, sea federal, estatal o local, no puede desentenderse de las cuestiones humanitarias. Si quien tiene la obligación legal de actuar no lo hace, entonces debe actuar el nivel del gobierno más cercano a las personas. Por una razón bien clara, el poder público se justifica en la medida en que fomenta la libertad solidaria de las personas, sean nacionales o extranjeros.  Y en casos de necesidad, el Estado debe acudir a ayudar al que lo necesita realmente.

En fin, los europeos, ahora sumidos en una aguda crisis general, deberíamos dirigir nuestra mirada hacia aquellas latitudes en las que se practican políticas públicas de profunda sensibilidad social. Brasil, con luces y sombras, es, me parece un buen espejo para comprender que los derechos fundamentales de las personas no son solo de naturaleza individual, sino social.

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