Opinión

Inversión extranjera sí, pero no estatal

Hay ingenuos que, invocando torticeramente el libre mercado y la libre empresa, dicen que debemos admitir cualquier adquisición de paquetes accionariales en empresas occidentales, incluso cuando el comprador sea, de forma directa o encubierta, un Estado cuestionable. Es más, algunos incluso teorizan con inusitado candor sobre cómo las dictaduras se dulcificarán al desarrollarse esos países gracias a esa interrelación. No pueden estar más equivocados. Repiten el mismo error que ya llevó a Occidente a aceptar en la Organización Mundial del Comercio a países donde hay trabajos forzados, cuasi-esclavitud y un récord de derechos que provoca escalofríos. Esos países no han avanzado e incluso han retrocedido en los treinta o cuarenta años de esa estrategia buenista, impulsada por la escuela geopolítica “neorrealista” de John Mearsheimer, un mero caballo de Troya chino-ruso en nuestras universidades.

El Gobierno español recientemente se opuso con firmeza a la entrada de capital saudí en Telefónica, desatando la compra masiva de acciones por parte de la SEPI con el dinero de los contribuyentes y convirtiéndonos así a todos en accionistas forzosos del operador. Esta nacionalización por la puerta de atrás se explicó inicialmente como un muro de contención frente al cuestionable poder saudí, pero después abrió la vergonzosa barra libre de inyección de capital estatal. Poco después conocimos que un Estado europeo, pero no precisamente el más ejemplar -Hungría- pretendía, mediante un entramado de sociedades, hacerse con la empresa Talgo. El ministerio decidió “investigar” la cuestión. También hace tiempo que han entrado a competir en el sector ferroviario español empresas supuestamente privadas pero que, en realidad, tienen detrás al Estado francés. Y a finales de abril se presentó con mucho bombo la nueva inversión china en la antigua planta de Nissan en Barcelona, que empezará a producir coches eléctricos a bajo coste. Qué reacción tan distinta la del Gobierno español. A los saudíes se les impide, a los húngaros se les investiga y a los chinos se les da la bienvenida. ¿Cuál es el criterio? Porque, en realidad, se trata de tres casos similares que deberían recibir un trato más parecido. 

Para empezar, no debe haber paquetes accionariales de ningún Estado -ni el propio ni los demás- en las empresas. Ni directamente ni mediante castillos mercantiles. Es lícito soñar con una legislación que directamente lo prohíba. El Estado, cualquier Estado, sobra en las empresas. Su presencia resta calidad a la toma de decisiones empresariales, genera situaciones de privilegio, condiciona la evolución de la acción y la valoración general de la empresa, y puede llevar a posiciones de dominio injustas en detrimento de los legítimos competidores existentes o de los que ni siquiera llegarán a aparecer. Especialmente grave es la llamada “acción de oro”, y cualquier otro mecanismo que permita al gobierno de turno interferir en la empresa o en el sector correspondiente.

Incluso reconociendo la realidad de la presencia estatal en las empresas, ¿vale todo? ¿Es igual que se haga con un porcentaje de una gran empresa española el Estado alemán, canadiense o portugués, que el Estado iraní, ruso o chino? No lo es, y hay líneas rojas que deben ser irrebasables. Cuando se habla de “sectores estratégicos”, nada hay más estratégico, en el largo plazo, que la enseñanza, y sin embargo la Hungría nacionalpopulista de Viktor Orbán ha permitido una inversión milmillonaria del Estado chino, dominado por el Partido Comunista, para operar a las afueras de Budapest la mayor universidad china fuera del gigante asiático. Es siempre curiosa la alianza de la ultraderecha con la ultraizquierda, pero no tiene ninguna gracia que la Hungría nacionalpopulista nos cuele en territorio europeo un campus del Estado comunista chino. Y sin embargo, no es mucho menos malo que España les ponga mesa, mantel y fábrica para hacer coches aquí, cuando el extremo proteccionismo chino dificulta o directamente impide estrategias similares de nuestras empresas en China. 

Lo más grave es que los países “emergentes” autoritarios compran participaciones -o deuda- en nuestros países con el dinero que nosotros mismos les pagamos por sus productos baratos y de mala calidad. Lo estratégico no son nuestros sectores de tal o cual cosa. Lo realmente estratégico es el pensamiento de largo plazo de esos países, y principalmente de la China comunista. Este pulpo voraz se hizo primero con nuestros dólares convirtiéndose en la fábrica del mundo a cambio de una transición política y social que jamás llegó ni llegará. Después empezó a comprar toda la deuda posible, y a hacerse con las empresas estatales que se malprivatizaron en Europa, África y otros lugares. Y ahora viene a poner fábricas y universidades en nuestro territorio. La estrategia de infiltración del régimen comunista, empleando las herramientas y los mecanismos del sistema capitalista y democrático, es maquiavélica. Cuánto deben de reírse los jerarcas del Partido Comunista Chino por la constante y temeraria ingenuidad occidental.

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