Opinión

Pobre Francia

El presidente Macron puede haber asestado involuntariamente un golpe terminal a la construcción europea y, mucho más importante, a la democracia liberal en el Viejo Continente. Si ya fue muy grave la conquista de uno de los grandes países europeos, Italia, por parte de la extrema derecha (aunque en su variante relativamente menos agresiva), el golpe que puede sufrir el Occidente de raíz liberal-ilustrada con las elecciones anticipadas a la Asamblea Nacional francesa genera un riesgo sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial. Francia, aún más importante que Italia por su peso económico, es una potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ya sin el Reino Unido, la Unión Europea no puede funcionar sin Francia o Alemania. El riesgo no es que se vaya Francia, sino que la desvirtúe desde dentro con la complicidad de gobiernos como el húngaro, el eslovaco y el italiano, convirtiéndola en algo mucho menos integrado, carente del marco de principios compartidos y mucho más bizcochable para nuestro enemigo declarado, el zar.

Una victoria de la ultraderecha francesa en las elecciones del domingo puede ser el principio del fin de Ucrania, que se convertiría en un país dividido, con una gran porción de su territorio anexionada a Rusia y con miles de niños abducidos que nunca retornarán, además de verse obligada a la indefensión “neutral” cuando Putin vuelva para dar su siguiente mordisco. Una victoria de la ultraderecha francesa implicará, como ya han declarado sus líderes y como pretende también Trump en los Estados Unidos, organizar las mayores deportaciones de la historia, afectando tal vez a infinidad de ciudadanos de bien sin causas pendientes con la Justicia. Y una victoria de la ultraderecha francesa impondrá una agenda de extraordinario intervencionismo económico, no muy diferente del que aplicaría la izquierda radical, porque el Frente Nacional, ahora llamado Agrupación Nacional, es un partido profundamente estatalista en lo económico, que bebe de influencias históricas como el falangismo español, el strasserismo alemán, el movimiento legionario rumano o el fascismo italiano. Sindicalizado y profundamente peleado con las multinacionales y con las finanzas internacionales, receloso del mercado de valores y de los mercados en general, el partido de Le Pen impulsará una Europa de “patrias” autárquicas con, como mucho, un cierto nivel de comercio entre ellas. Y no será sorpredente que impulse también cierta unión con Rusia para que el régimen de Putin se beneficie del comercio con Europa y se recupere así de los costes de su aventura criminal en Ucrania. Menor libertad de intercambio promoverá con los Estados Unidos, sobre todo si Trump gana en noviembre, porque el interés de Le Pen es ayudar a su patrocinador en las dos últimas elecciones presidenciales, Putin, y el de Trump es empujar a Europa en brazos de ese mismo amo. Dejar a Putin manos libres en “Eurasia”, incluidos nosotros y Oriente Medio, es la gran prioridad de Trump en política exterior, como ya se vio en su primer mandato.

Y en materia de libertades civiles y derechos individuales, produce escalofríos pensar en lo que Le Pen vaya a hacer desde la difícil cohabitación gubernamental con Macron. Peligra la ley del aborto, de la que Francia fue pionera en todo Occidente gracias a una ministra liberal, Simone Veil. Peligra el rol de la mujer, percibida por esta gente como una gestante continua para evitar el “invierno demográfico”, por lo que cabe esperar leyes de fuerte incentivo fiscal por parir, a cargo del resto de contribuyentes y con el objetivo indisimulado de que las mujeres no hagan carrera profesional y regresen al hogar. Peligran las minorías religiosas y la libertad de los ateos y de los agnósticos. Peligra la equiparación de libertades de las personas homosexuales, para no hablar de las transexuales. Peligra todo. Pero el peligro no es solamente el regreso del mariscal Pétain, esta vez con faldas, a regir los destinos de Francia, sino también el brutal auge de la extrema izquierda que sin duda provocará a lo largo de la legislatura, como reacción. De hecho, las encuestan ya dan a la coalición de la izquierda con la extrema izquierda la segunda posición en las eleciones. Es decir, en infinidad de circunscripciones uninominales sólo se va a poder elegir, en segunda vuelta, entre un neocomunista y un neofascista. Ambos totalitarismos se retroalimentan en una pelea sobreactuada de cara a la galería, porque al final son primos hermanos y, más allá de la simbología de cada uno, comparten en muchos aspectos una inconfesable agenda común: reventar el mundo moderno construido en torno al liberalismo durante los últimos tres o cuatro siglos. Apenas va a quedar una minoría de centroizquierda y centroderecha normales, relegada a tercera fuerza, y un presidente aislado en el Elíseo hasta que le sustituya en 2027 la hija de Jean-Marie Le Pen. Para cualquier francés preocupado por la Libertad, es un panorama digno de considerar decisiones tan graves como hacer las maletas. Pobre Francia.

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