Arturo Maneiro
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Permítanme que les diga que el otro día, en una clase de 2º de la ESO, mi carcajada fue estruendosa. Es un grupo muy bueno con unas buenas notas y una participación y confianza grande en las clases, y además simpáticos con ocurrencias, algunas veces geniales. Un portugués, que además es célebre porque actúa en una serie televisiva y ahora está grabando una película, levanta la mano y me pregunta todo serio y formal: 'Cura ¿quién es el malamén?'. Mi asombro fue grande, como cuando preguntan cosas que me pillan desprevenido, caso en el que nunca les miento y les digo que en la próxima clase se lo explicaré. Pero esto era distinto porque insistía en saber la respuesta. ¿Cómo el malamén?, le respondí. 'Sí, sí, el malamén. ¿Es el diablo o qué es eso que parece árabe?', insistió. Le pedí que se aclarase, y muy inocentemente me volvió a aclarar: 'Al final del Padrenuestro decimos 'que nos libre del mal-amén'. Imagínense ahora mi carcajada.
Vivimos en esta época en la que las nuevas tecnologías, la informática y demás lo invaden todo pero, al igual que antaño aquél confundía 'parajes con pajares', hoy son muchos los que adolecen de falta de contenidos, y de lo que leen comprenden algunos muy poco. Tuve que explicarle que 'amén', era 'así sea'. El vocabulario de gran número de jóvenes de hoy es muy reducido.
Pero yendo a lo importante, como dice una amiga mía, hoy se vive con muchas comodidades y creyendo que lo importante es el tener cosas, y se acude pocas veces o nunca a Dios, porque les sobra o lo desconocen. Y entonces las cosas se las pedimos a internet, a los nuevos avances, pero pocas veces a la trascendencia. Por eso nuestras peticiones son para cosas materiales olvidándonos de lo fundamental, que es precisamente el mal que sigue existiendo aunque pretendamos ignorarlo; sigue existiendo por todas partes.
Y ese es el motivo de tanto desquiciamiento, de tantas catástrofes e incluso del cambio climático, al cargarnos el medio ambiente fruto de la abrasadora sociedad materialista de consumo. Ese es el mal del que tenemos que pedir que nos libre quien todo lo puede. Pero para hacer una petición son necesarias unas grandes dosis de humildad, incompatible con la autosuficiencia reinante en la que nos movemos obnubilados por tantas cosas que nos hacen creer que los medios materiales, las comodidades y los avances son suficientes para hacernos felices. Craso error que pagamos en nuestra propia carne. Cada vez más tenemos que pedir auxilio a lo alto, y una vez pedido ratificarlo con un 'así sea', que eso es el 'amén'.
Creo que el bueno de Francisco Coelho, que así se llama el niño, me dio la oportunidad de explicarle a la clase todo eso y que, a partir de ahora, sabe que nadie es 'mal-amén', aunque sí que tiene detrás un gran significado al final de la oración por excelencia que es el Padrenuestro.
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