Opinión

A Veiga: donde nace la luz

Sería el final del siglo XIX o los principios del XX. Aquellos maestros acudían a su feria. Iban con  pequeñas maletas. En ellas: un libro para leer, uno para enseñar a escribir y casi siempre uno de matemáticas básicas. Alguno mostraba el catecismo del padre Astete o un mapa en el que era visible Cuba. Y allí, cual una moderna oposición, intentaban conseguir un puesto de maestro para sus aldeas: Castromao, Candeda, Corzos, Lamalonga, Pradolongo, Jares, Valdín, San Lorenzo… Eran tiempos en los que o los propios ayuntamientos, o las aldeas se hacían cargo  de la manutención del maestro. Bueno… tal vez por ello se hizo proverbial aquel: “pasas más hambre que un maestro”. Habiendo examinado el aspecto del maestro solicitante y su muestrario se decidían por uno u otro. Tardó en aplicarse la imprescindible Ley Moyano.

El maestro después de mojar en sus labios aquellos lápices amarillos que equivalían a los modernos bolígrafos, después de borrar una y mil veces aquellas pizarras, de afilar ochocientas los pizarrines…lograba, a veces, que aquellos niños aprendiesen a leer, o por una “tega” más de pan, que aprendiesen a escribir. La escuela, entonces como ahora, estaba ocupada por críos que eran unos vivales. Cuentan que en una ocasión el maestro se enamoriscó de una moza del pueblo a la que llamaremos Heliodora. Los chicos de todas las edades se apelotonaban en la sacristía. La moza garrida, bella y buena lectora de las miradas del maestro apacentaba sus dos ovejas, casi siempre por la cercanía. ¡Oh, mira! Decían mirando a través del ventanuco y con risitas odiosas: hay alguien con dos ovejitas. Y allí se iba el atolondrado maestro abandonando sus deberes pedagógicos. Como profesional dejaba al más despabilado para que mantuviese el orden en la sala. Pasada una hora el niño gritaba por el ventanuco: ¡Don Fulgencio ya terminamos los deberes! ¿Cuánto da la suma?... treinta y tres ¡No ese no es el resultado! que sigan estudiando. Pero un día el cerebrito se percató de que en la cartera del maestro y en un cuaderno verde de dos rayas estaban los resultados. Cuando preguntaba el profesor ¿Cuánto da la suma? El niño contestaba: trescientos treinta y dos. ¡Bien! Que salgan a  recreo.

Uno de aquellos maestros a los que por carecer de título denominaban “incompletos” no obtuvo plaza. Cómo volver muerto de hambre a su querida Astorga. Se percató de que en uno de los pueblos, Casdenodres… o Baños, o yo qué sé, por la aplicación de la Desamortización de Mendizabal carecían de santo en una capilla. Juró que era escultor. Los vecinos le encomendaron, a cambio de comida y bebida y dos reales, que les hiciese uno a partir de un tarugo que trajeron de los montes de Trevinca. El hombre comer comía y beber también bebía…pero el santo no acababa de aparecer pasados seis meses. Un día el cura, sabio en teología, le preguntó: Pero… ¿Qué santo es? El hombre miró al reverendo, carraspeó y le dijo eso que después se hizo tan famoso: Pues… si sale con barbas San Antón y sino… la Purísima Concepción.

Me he acordado de A Veiga porque esta noche de San Juan he vuelto a ver aquella mujer desnuda. La laguna, como cada año, reconvierte la serpiente que anida en su seno en una bellísima mujer hecha de luz. Si te tumbas apoyando la espalda sobre los guijarros  del pico Maluro verás inmediatamente cómo el universo, en A Veiga, se espolvorea sobre ti.

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