Opinión

Los sopistas

Estudiantes de noble cuna acudían, hace siglos, a la Universidad a hacer sus carreras. Era habitual que se rodeasen de criados que les portaban los baúles  cargados de libros, de jamón o mojama, en fin…de cuanto “hubieren menester”. Pero esa historia se completaba  con otros estudiantes de pobre linaje, miserables zascandiles, o pobres de solemnidad. Chicos listos “como el hambre”, nunca mejor dicho, que se pagaban los estudios divirtiendo al personal en las antiguas tabernas en las que nacieron no pocas novelas picarescas. Se dejaban caer, estudiaban al más bobalicón, sonreían fingidamente a la dama de alto copete y así… les iban cayendo algunos maravedíes. A éstos, creo que ya lo sabes, se les llamaba “sopistas”.

El nombre procedía de las puertas de los conventos  a los que tenían que acudir cuando las artimañas anteriores no funcionaban. Era costumbre que una vez al día los canónigos regulares y los orondos  frailes  dispensasen una sopa  a los pobres del lugar. Era poco más que agua chirla con tropezones de nabos, pero así… iban saciando aquellos cuerpos del Renacimiento. También ellos eran pobres no fingidos.

Dice mi amigo Ernesto que hoy también existen los sopistas. No son, según su irritante acepción, estudiantes sino políticos. Algunos luchan a brazo partido, pero… los demás: sopistas. Me quedo turulato pensando en la mala baba de mi amigo pero…  entiendo, que en esta época de elecciones, se nos descompone  el sentido común. Mira que llamarles sopistas a aquellos que nunca preguntan, nunca exponen, nunca aparecen. Llamarles así supone que se están comiendo la otrora famosa “sopa boba”. 

¿Qué palabra lo estropea todo? Nos quedamos en expectativa. ¿Qué palabra lo estropea todo? Repite. Y se contesta él sólo: la palabra “política”. Y  pretende demostrarlo: no hay palabra más bonita que la de “madre” pero si le añadimos “política” se estropea. Su suegra se enfada con él  y está a punto de retirarnos las cervezas y sus galletas maría. 

Ser político tiene su encanto. Imagino que ser “conselleiro”, por ejemplo,  tiene que ser una maravilla, una pasada, con su chofer, su diario oficial, sus tiralevitas… Pero claro… lo son de este país y tienen que soportar algunas  impertinencias.  Así, pongamos en esa España vacía que llaman Aragón, la gente con recochineo les llama “ministrines”, es decir un ministro pero pequeñajo y de andar por casa. Si es que no tenemos arreglo.
Un respeto para esta gente que va a intentar arreglar el país, llenarnos  de puestos de trabajo, disminuirnos los impuestos, arreglarnos la vivienda, aumentarnos las pensiones, mejorando la sanidad y la educación. Que sí que se lo tengo oído yo…  Y si no, pues no pasa nada, vendrán otras elecciones y volverán a sonreírnos cordiales, de oreja a oreja, como ahora.  ¡Otra de sopa! Por favor.

Un  político, allá en el XIX, prometía con voz firme a la vecindad: ¡Si nos votáis haremos un puente! A lo que la gente le dijo: es que aquí no tenemos río. Pues nada, apunta Jaime, para este pueblo ¡un río!
La sopa ya está caliente.

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