Opinión

En nombre de la razón

Tome usted 350 gramos de salsa de bulo, 300 de masa de mentira y 350 de guiso de ignorancia, mézclelos a conciencia y viértalos en cualquier disputa dialéctica. Tendrá ante sí el fenómeno del descarrile político que estamos viviendo desde el fracaso de Feijóo para alcanzar el Gobierno de España. Para servirlo puede usar el plato denominado por el jefe de la oposición “paciencia en nombre de la razón”. Y bajo él puede cubrir la mesa con el mantel denominado “regeneración democrática”, tejido por el presidente Pedro Sánchez. Si no se indigesta es porque ha dejado de creer en la política de la concordia y la buena voluntad. Pero no se altere porque ese triunvirato conceptual no es nada nuevo sobre la piel de toro. A quienes vivimos la larga noche de piedra nos enseñaron en la escuela que “república” era sinónimo de caos, que “dictadura” significaba libertad y que “censura” era vehículo de orden, entre otros muchos falsos predicados. Y cuando pudimos opinar aprendimos a escribir entre líneas aquello imposible de comentar de frente. Como el ejercicio del sacerdocio, semejante trayectoria de cuarenta años les imprimió carácter a muchos, quienes lo siguen practicando. Los mismos que están instituyendo “democracia” como sinónimo de desigualdad, “política” como equivalente a bulos y “libertad” como teatro de la mentira. Son los elementos del estado del malestar con el que la caverna de la derecha pretende reconquistar el poder. Mala praxis.

Escuchando a Feijóo en Cataluña disparatar contra el mar de inmigrantes, quienes nos salvarán de la despoblación, el subconsciente me trajo aquel NO-DO del invierno de 1966 cuando Fraga, patrón de la derecha democrática, se bañaba en el mar de Palomares para demostrarle al país la inexistencia de radioactividad en la zona donde EEUU había perdido cuatro peligrosas bombas atómicas. Cuarenta años después supimos toda la verdad y la permanente existencia de tierras contaminadas en aquel territorio. ¿Cómo denominaríamos hoy a aquella aventura falsaria? ¿Bulo, mentira, afán por permanecer en el poder? Este es un elemental ejemplo de lo que hemos sido capaces de perdonar en aras de la concordia y del uso de la razón. Pero no ha dejado de ser admitido el ejercicio de una oposición esperpéntica que coloca bombas contra la convivencia, trata de sepultar en la arena contaminada la realidad de la historia y promueve leyes autonómicas denostadas hasta por la ONU. No debiera ser plausible escuchar a Alicia García, portavoz del PP en el Senado, pedir al Gobierno el imposible cese del Fiscal General del Estado, cuya figura está blindada por la ley. ¿Maledicencia o ignorancia de la legislación? Se limita a lanzar una bomba de racimo para regar desinformación. Otro ejemplo más que, tras los resultados de las elecciones catalanas y las últimas esperanzas de las europeas, llevarán a Feijóo a las plazas gritando arengas en nombre de la igualdad. No valorará la afirmación de Mariano Rajoy cuando dijo: “Son más los españoles que se quedan en casa que quienes salen a manifestarse” contra su Gobierno.

El domingo votarán los catalanes, la última comunidad autónoma de la serie y la más castigada desde la desaparición del pujolismo bajo las tinieblas de la corrupción. El resultado, pase lo que pase, puede calmar las aguas políticas del Estado. Cuanto suceda con las europeas será inocuo para la continuación de la legislatura. Con ese esquema llegaremos al verano, un tiempo idóneo para pedirle a Feijóo que se siente a pensar en nombre de la razón. Por el bien de la convivencia, más allá de su interés personal.

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