Opinión

Manuscrito para un tiempo de Carnaval

El hombre encorvado miró el texto:

“Tambores en la ciudad, golpeados con frenesí, rompen el aire. Y aquel vestido carmesí, lo luce con distinción un barbudo del Potosí. Y desfilan con ritmos diferentes: una vieja con bigote, un obispo gordinflón, delicado pitiminí, que reza con fruición y bendice con hisopo de cartón; un guardia civil, un barbero, un peregrino, tres falsas chicas, un soldado portugués, un romano y veinte tipos, pintados de negro, cantando todo en inglés.

 Y este grupo demente, desequilibrado, chiflado, neurasténico, tocado, histérico, alucinado, enajenado… de manera muy cabal expresan con su vértigo, que le queda poco tiempo a este mundo carnal. Y se oirá para todos, definitiva, la trompeta del final.

Se ríe sin ganas y con ganas, se golpean las azadas. Bailan todos locos, con disfraces y coloridos flecos, campanillas y esquilones, harina blanca, hormigas rojas, carne y más carne congelada, subastada en los rincones… Un cojo grita: ¡Lo bailado… bailado! Y no estuvo tan mal…” 

Momo, hijo de la noche y del vino, mira al hombre encorvado mientras el tiempo fluye inapelable y fugaz. Una carcajada en el espacio infinito se repite en bot y acuchilla el oído. El hombre encorvado no teme a Momo y sigue finalizando su extraña lectura:

“Introitus, entrudio, entroido, antroido, antruejo… salta y baila la gente joven… por si no se llega a viejo. 

Se echa en la marmita el tiempo y el espacio, un conejo, tres lombrices, dos lagartos y se cuece, muy despacio, para conseguir entonces… de la cuaresma el prefacio.

Saturnales, lupercales, dionisíacas, carnestolendas, carrus nivalis, carnaval y carnavales. Y si no conoces a aquel con quien ahora bailes, ni se te ocurra quitarle su máscara ni la careta, pues encontrarás una cobra constrictus en su pecadora bragueta. Ni le quites nunca su antifaz, lenguaraz, pertinaz, arrayaz, suspicaz… o te encontrarás con lo procaz.

Desde su carroza te observa el gran ratón “almoraduj”. Respeta siempre el “cambuj”, no te vayas a enfrentar al chuj. 

Tantos alaridos, locura y fiesta, y muchas voces y chillidos… para gritar que aún estamos aquí y aún estamos vivos.

Pero irremediable, nadie podrá pararlo. Y quieras o no quieras… te parezca bien o mal… el ángel de la corneta y la vieja de la guadaña, llegarán a la tarde de tu vida y bien “cabrones”… a la fiesta de tu carnaval”.

El pergamino amarillento había reposado siglos en el alféizar de la ventana. El texto reflejaba en su ritmo el golpeteo de los tambores. Estaba escrito, con letras de molde. Le pareció, no obstante, que tenía un regusto amargo a aceite rancio. Por el tragaluz entró una neblina esponjosa, pegajosa y se le subió a la chepa. 

Una bocanada de aire… y se cerró la puerta.

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