Opinión

Pitucos

Cuando estudiante, cosa que siempre somos, viajé a Sigüenza. No voy a hablarles del Doncel sino de una mujer que vi pasmada mirando fijamente la imagen de una “Inmaculada”. Admirado de que tanto la admirase, entablamos una conversación de observadores circunstanciales. “Veo -me dijo- cómo todos los ángeles de la peana tienen la cara de mi hija. Mi hija tiene el síndrome de Down ¿sabe usted?”.

Ya profesor, tuve la oportunidad  de trabajar con un profesorado siempre entusiasta. Una de las profesoras relevantes, por lo preparada pedagógicamente, y por lo libre en su pensamiento, fue Doña Beatriz Santos, de Viana. Era madre de un niño con ese síndrome. Madre también de otros hijos, vivía con plenitud, al lado de su familia, la filiación de su niño al que llamaron “Pituco”. Mujer de habilidades teatrales era capaz de darle la vuelta a un calcetín y construir una velada de  hora y media con marionetas variopintas que hacían las delicias del alumnado. Nunca la vimos triste. Y juraba que el bueno de Pituco, que tendrá ahora cuarenta y tantos, era la mayor fuente de su energía y humor. Fue, su nombre, el título de una película que entonces grabamos. Dice, que  va a pedir  a  la RAE que incluyan la palabra “pituco” en el diccionario. En las universidades americanas, hoy, ese nombre significa “joven de alto status”. Su petición sostiene esta  nueva acepción: “… dícese de los jóvenes y las jóvenes que irradian ternura. Dícese también de los niños de cristal y tantalita”.

El pasado miércoles nos cruzamos en Ourense con un grupo entusiasta  de familias que exigían las obras del CAPD. Vivimos una época extraña en  la que la gente ha de salir a la calle a reclamar respeto y afecto por sus hijos. Época ésta en la que, incluso desde algunas instituciones, se manifiesta un tremendo capacitismo hacia las personas que consideran diferentes. Una conducta inmoral, en masa, hacia las personas  que presentan diferencias psíquicas o físicas, causadas por la herencia bio-genética, por enfermedades o por accidentes. Si algún día  nuestra civilización acaba con las abejas, estará próximo nuestro fin. Si un día la humanidad, admite sólo  a los “ seres perfectos”… habrá dejado de ser.

Si se observan los cuadros del Renacimiento se descubre cómo aquellos formidables artistas cuando pintaban niños, lo hacían con dificultad. Eran niños los que dibujaban, por su pequeño cuerpo, pero sus caras eran de señoras o señores viejos. Se ha descubierto que desconocían que los niños presentan unas pupilas mayores que los adultos. Pues bien, esas 32.000 niñas y niños, de este país, con el síndrome de Down, y  otros muchos miles con diferentes síndromes  mantienen durante muchísimo tiempo sus pupilas enormes, midriáticas, y ello les confiere un aire entrañable. A lo mejor, digo yo,  esas asociaciones deberían cambiarse el nombre y pasar a llamarse ahora- … de familiares de niños con los ojos guapos”. 

En muchas civilizaciones esos niños pitucos, eran muy respetados pues se creía que habían sido tocados por la divinidad. Dios les urgía la vuelta, luego, a su propia casa, a su cielo y por ello… se iban tan pronto. En nuestros propios centros este alumnado es, casi siempre, tratado con mucho cariño.  Y  un dato muy importante: no sufren acosos por  bullying.

Y al caer la tarde, aquella señora, seguirá mirando entusiasmada, allá entre las sombras y el chisporrotear de las velas,  la peana de la Virgen de Sigüenza.

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